lunes, 20 de febrero de 2017

Cena de Navidad

En casa de la abuela se ha cenado siempre lo mismo en Nochebuena, pavo.
Lo que puede parecer una frase cotidiana de una familia preparándose para ir a celebrar las fiestas en el hogar familiar de los abuelos; no es mas que el eco de las palabras de mi madre, o por lo menos lo que creo recordar, de lo que fue para mi la ultima noche navideña. Nunca he vuelto a re- unirme con mis hermanos ni con ningún otro miembro de mi exigua familia ni en esas fechas ni en ninguna. Me han apartado de su lado y solo reci- bo noticias cuando ya es tarde pues suele ir acompañada de la esquela correspondiente al último de mis allegados que haya abandonado este mun- do.
Me culpan de lo que pasó. No comprendo cómo pueden tener certeza de los sucesos de aquella noche y mucho menos hacerme responsable del delirio en que entró mi padre y que no lo abandonó hasta el día de su muerte.
Trataré de relatarles los hechos tal como han quedado en mi memoria sin asegurarles que esté en lo cierto. Aquello fue tan confuso que apenas me quedan dos potentes imágenes de las que no puedo olvidarme y lo demás, seguramente, lo imagino o lo encadeno para tener un relato de los he- chos de los que me culpan y del que apreciaran que si no me libra de las acusaciones, al menos no me convierte en el único culpable.
En la primera imagen -mi recuerdo se hace más potente cuanto que estoy mirando la foto que nos hizo mi padre y que nunca, ni siquiera cuando ya ni nos reconocía, consintió que se quitase del estante de la biblioteca donde la colocó, el anaquel más alto, seguramente para librarla de nosotros- ; en la primera imagen, decía, un grupo nutrido de niños rodean una pareja de adorables ancianos. En el centro, acaparando la atención de todo el grupo, un enorme pavo. Uno de los niños trata de jalar el animal por las plumas traseras, lo que no parece molestarlo aunque si provoca que las ni- ñas más pequeñas parezcan asustadas y haciendo ademán de retirarse del ave. El que jala al animal soy yo que parezco disfrutar del susto que les ha provocado a mis hermanas y primas y, aunque esto no es evidente en la foto es lo que recuerdo mas nítidamente, especialmente a mi prima Amalia, la que todo lo hace siempre bien y a la que, en la familia, nos endilgaban como referente de todo lo que debíamos cambiar en nuestra forma de proceder y actuar. Mis abuelos ríen y parecen disfrutar de la travesura de su nieto mayor. Es la imagen de una familia inconsistentemente feliz.
De la segunda imagen no hay foto ni nadie podría haberla captado dado que todos estuvimos implicados en el acontecimiento que nos sobrepasó y del que después se derivaron consecuencias tan funestas para los varones de la familia y que incluso se van traspasando a nuestras generaciones.
¿Somos una familia maldita o fuimos contagiados por un animal maligno? No hay mas opciones según la familia de mi madre que desde el primer síntoma que se advirtió en mi padre y en mi hermano pequeño, resolvió que de ser una enfermedad, no podría heredarse por sus genes dado que no se había detectado en ninguno de sus antepasados ni en el resto de parientes de la familia, incluida la de prima Amelia a pesar de que ella, se- gún la versión que estoy relatando verán que es una de las protagonistas implicadas y, a la que sin embargo, jamás nadie señaló.
El caso fue que, dado el éxito de mi primera travesura con el pavo, mi cabeza no paro de barruntar otras maneras de conseguir asustar a Amelia y verla humillada delante de todos los pequeños miembros de la familia. Recuerdo que fui hacia ella con la enciclopedia abierta para que leyera lo que allí decía sobre esos animales
"Los pavos son criaturas muy curiosas por naturaleza. Se han visto grupos de pavos do- mesticados parados a la intemperie bajo la lluvia con sus picos hacia arriba mirando di- rectamente hacia el cielo. ¿Qué están haciendo? De acuerdo a investigaciones avícolas en la Universidad de Illinois, no es muy claro. Algunos expertos en pavos especulan que estas aves están mirando por curiosidad a las gotas de lluvia que caen del cielo. ¿O están intentando tomar un trago de agua? Se desconoce. Según el mito algunos pavos supues- tamente se han ahogado en esta posición. No se ha podido probar esta especulación en la Universidad de Illinois, pero si sabemos que sin adiestramiento, algunos pavos domés- ticos no entienden que deben resguardarse del agua. Si el pavo es joven y no tiene plu- mas maduras todavía, es más probable que sufra de exposición al agua de lluvia y se ahogue."
Así que decidí contribuir a la ciencia de mi país, haciendo el experimento con nuestro pavo. Tuve que esperar que la tarde avanzara pues aunque el día había asomado nublado e incluso se iba oscureciendo con el transcurrir de las horas y aunque el viento ya olía a la tormenta que se presentía, no había caído ni una gota. Llegué a temer que no lloviera y que mi plan se fuera al garete cuando ya tenía bien hilada la estrategia a seguir.
De repente, sonó un trueno tremendo y seco y la lluvia no se hizo esperar. Solté el pavo del amodo de corral que le habían fabricado en el patio y avisé a toda la familia de que algo glorioso se iba a producir ante sus ojos. Sin mucho entusiasmo fueron acudiendo los más peque- ños.
El pavo comenzó a gorgear nervioso y empezó a estirar su pescuezo que, a la oscuridad reinante, lucia de un rojo tan intenso que parecía más bien que se lo acabaran de desplumar desangrándolo. Gorgeaba y al hacerlo el moco o moquito que les cuelga sobre el pico se levantaba como impelido por su espanto. Porque es así como recuerdo su estado de ánimo, el pavo estaba literalmente es- pantado. Estiraba y estiraba ese cuello arrugado y rojizo y ponía los ojos en arrebato, lo que daba a su gorgeo el sonido de un estertor macabro. Entonces abrió su pico, el agua de la lluvia caía mansa pero no le daba tregua por lo que le chorreaba entre las comisuras blancuzcas del animal. Los niños comenzaron a gritar y alertaron a mis padres que acudieron a la terraza temerosos de que algo inevitable estuviera ocurriendo.
Mi madre me gritó: agarra ese animal por amor deDios, que se nos ahoga el animalito! Hacer algo, ya!!!
Su alarma era tan estridente que tenía que recogerse con las dos manos su enorme barriga de embarazada.
Mi padre corrió hacia el animal que ya comenzaba a no emitir mas que un amodo de espasmo gutural. Lo agarró por el cuello estirán- doselo aún mas y cuando trató de cerrarle el pico, el animal dio una enorme sacudida y le asestó tal picotazo en sus genitales y en su pene que los alaridos impresionaron de tal forma a todos los presentes y, en especial a mi madre, que cayó desplomada, menos mal que lo hizo sobre el sofá donde mi abuelo dormía sus siestas en aquella terraza. Eso fue lo mejor, pues así no siguió escuchando los alaridos de su marido ni el reguero de sangre que fluía desde su pene y empapó por completo al animal que seguía picoteando en aquellas partes blandas de mi progenitor.
La cosa hubiera lindado lo humorístico si no hubiera visto la cara de mi abuelo desencajada tratando de contener con un pañuelo atado la hemorragia que parecía desangrar a mi padre.
Cuando te coja, verás. Cuando te coja, verás...repetían como si uno fuera el eco del otro. No me cogieron aquella noche ni la siguiente ni ninguna de las que vinieron.
El médico quitó hierro al asunto. Es una zona aparatosa pero sólo se ha roto una pequeña venita sin importancia que cicratizará ella sola sin com- plicaciones. Así que vayan a su casa y celebren que estamos en nochebuena.
No celebramos. Volvimos a casa con mamá que se ya había repuesto.
Mi padre volvió con tanto dolor y humillación acumulados que hizo una auténtica matanza con el animalito. Lo descuartizó por donde su odio ciego de venganza le llevó el cuchillo con el que le asestó mas de trescientas cuchilladas.
La concanetación de los hechos no se hizo esperar.
A las dos semanas nacía mi hermano pequeño sin pene o eso lloriqueaba mi madre al traerlo a casa. ¡¡¡Un hijo hermafrodita, un hijo hermafrodita¡¡¡ No te acerques a tu hermano ni de lejos. La naturaleza se ha vengado en el más débil. Apartaros de mi vista para siempre, Tú y tu padre.
Tuve que esperar a que todos durmiesen para acercarme al cuarto de Basilio -así llamaron a mi hermano- que ocupaba la habitación contigua a mis padres donde dormía con Clara, la criada. Pude tocarle su pequeño pene. ¿Mi madre mentía?
Nos mandaron a la casa de la abuela paterna de donde provenía todo el mal de mi hermano. Allí escuché a mi abuela imprecar a sus santos
- Nadie de esta familia se dejará dominar por esas supersticiones. Nadie.
Mi padre no contestaba. En realidad no había hablado desde que mató al animal. Parece ser que se presentó en el hospital llevando un pavo y se lo enseñó a su nuevo hijo sin más. Lo trajo a casa y volvió a realizar una macabra matanza. Nadie lo comprendió pero todos comenzaron a temer que se había apoderado de él una obsesión maligna.
Mi abuela lloró y gritó su cantinela de los últimos meses cuando se lo llevaban a una casa de reposo:
- Nadie de esta familia se dejará dominar por esas supersticiones. Nadie.
Todos pensaban que una vida sana al aire libre lo restituiría a su estado habitual. A mí me tenían en cuarentena como si yo tuviera el virus que ya empezaba a contagiar a todos los varones de mi familia menos a mí. Yo era el portador, dedujeron y había que aislarme. Mi padre empeoraba. Mis hermanos se iban contagiando. Yo vivia preso y despreciado por todos incluida mi abuela que ya había perdido su firme convicción de que era solo una superstición.
En un ataque de pánico, mi hermano Pascual casi mata a Basilio al que, al parecer, confundió con un pavo al llevar puesto una bufanda con burlo- nes rojos que le debió recordar al moquillo del animal. Gorgeaba mientras lo agarraba del cuello y miraba hacia arriba despavorido.
Los síntomas ansiosos se sucedían. Incluso yo llegué a medirme mi pene cada noche para ver si menguaba al despertarme. Al parecer se había apoderado de mi padre la firme convicción de que al igual que le estaba sucediendo a él, el resto de sus hijos varones sufrían de encogimiento del pene que se iba acortando e introduciendo dentro de su abdomen. En su ya declarada esquizofrenia todos los que se acercaban a él se arriesgaban a ser degollados y martirizados. Los confundía con un pavo. Su caso fue declarado de alto riesgo e incurable. Trataban los psiquiatras de relanzar la enfermedad en mis hermanos con una dieta vegana y con estiramientos del miembro y de los músculos anexos. Sin resultado.
Ese diagnóstico lo ví reflejado en la cara de mi madre el único día que vino a visitarme a pesar de sus esfuerzos por sonreírme y crearme con ella una cierta empatía maternal:
-Estamos solos. Debemos apoyarnos y fortalecernos. Tú no has salido a ellos. Eres fuerte como tu madre. Vuelve a casa conmigo. Nos ne- cesitamos. Te aparté por sus rencores y malidicencias. Ahora sé que eres el único verdaderamente mio. Ven a casa conmigo. ¿No quieres a tu ma- dre?
No supe negarme. Por el camino compramos bollos para la cena. Tuve un mal presentimiento al entrar. Lo deseché. Era solo el vacío de una casa que había sido un hogar. Sube. Te enseñaré tu nuevo cuarto junto al mio.
Abrí y entré lentamente pues estaba muy oscuro.Sonó la puerta trás de mí. Me encerró con tres llaves. Oi ́gorgear y batir de alas. Olía fuertemente a excrementos. Resbalé. Pisé lo que me parecieron ramas pequeñas. Me fui haciendo a la oscuridad. Miles depavos batieron sus alas al recibirme y estiraban sus rojizos cuellos

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