jueves, 23 de octubre de 2014

Aquí pelícano azul llamando, llamando...
Aquí tulipán negro, recibido, corto
Aquí pelícano azul emitiendo llamada de emergencia para la zona de Los Caños. Emitido y corto
Aquí tulipán negro recibiendo y trasmitiendo llamada de emergencia para Los Caños. Qué está pasando?! no encuentro la emergencia desde protección civil, quién la ha lanzado?. Emitido y corto
Aquí pelícano azul, emitiendo: pichita, qué has sio tú , mi arma, no te líes. Emitido y corto
Aquí el tulipán negro, emitiendo: tu flipas pelícano, bájate de la nube o es que se te están  destiñendo las plumas?. Yo no he lanzado ninguna llamada de emergencia. Emitido y corto
Aquí el pelícano azul emitiendo: ya las vuelto a liar otra vez? A qué le has dado al botón rojo de emergencias con GPS y ha saltado la alarma! pues de esta te quitan la licencia! ya han salido para Los Caños todos los efectivos, qué marrón, quillo! y yo la he lanzado por toda la zona!, a tí te voy a untar yo en rebanás, picha, negro y revenio to el tulipán!. Emitido y corto
Aquí el tulipán negro, emitiendo: a tí te ha dao una indigestiòn de  pescao crudo?, te digo que no le he dao a ná. Tu es que estás resentio porque me lleve el diploma de radioaficionado de honor después de la emergencia del maremoto. Como a mí me quiten la licencia por tu culpa, te vas a enterar bien enterao que "Si me llaman tulipán negro es que por un tulipán negro mato". Date por enterao, corto.
Aquií pelícano azul emitiendo: qué mieo, compadre, pa preocuparme por una margarina como tú estoy yo ahora, déjate ya de fanfarronás y a ver qué emitimos para salir de esta
Aquí tulipán negro emitiendo: fácil quillo, vés como eres un piernas?. Diremos que hemos recibido aviso de pateras en la cala del aceite, esta mañana he visto una acercándose y estará ya pa llegar, qué te parece. No lo chivo nunca, a mí no me va este rollo, pero es una salida segura. Ahora mismo lo mando. Emitido y corto.
Aquí el Pelícano emitiendo: ni hablar, quillo. Yo seré lo que sea, menos traicionar a esas criaturitas. Si vienen cargaos de mujeres y niños, no te dá ná??, no lo hagas pf, pf, por tu madre mi arma que me va a quedar pa to la vida la cara de miseria y desazón de esa pobre gente. Quillo, ni hablar. Corto
Aquí negro, negro...

jueves, 17 de julio de 2014

miércoles, 28 de mayo de 2014



Veraneo
¿Dónde pasarán este verano sus vacaciones? La mayoría de ustedes –según las estadísticas del INE- visitarán alguna localidad de costa. ¿Cuáles son las exigencias de un veraneante del siglo XXI? ¿Se puede revitalizar el turismo de “sol y playa”?
Rebobinando
Veraneo: Pasar el verano fuera de su lugar de residencia.
 Parece que los diccionarios y páginas web coinciden en darnos esta definición sobre este término. Sin matices.  Ninguno aclara cuestiones como para qué, cómo, dónde,  desde cuándo, hasta cuándo, con quién, etc. Claro que eso sería como encontrar la llave del tesoro mejor guardado. Ya que  incluso aunque convengamos que:
-           El veraneo es propio de esa estación del año.
-           Implica un desplazamiento de nuestra residencia habitual.
-           Cuenta con nuestro tiempo libre
-           El objetivo global de las actividades que esperamos realizar es disfrutar de ese tiempo de ocio
 Cada una de estas premisas ha ido cambiando a lo largo de la historia. Podemos conocer y evaluar los cambios que esta actividad ha presentado a lo largo del tiempo e intentar conocer los factores que la han hecho ir modificándose y adaptarse a los nuevos valores, necesidades, aspiraciones o motivaciones de las poblaciones que la demandaban. De esa reflexión trataremos de sacar enseñanzas o pistas para evaluar el futuro de un fenómeno que en nuestro país se ha convertido en la primera industria nacional y en nuestra comarca –La Janda- en el único sector que activa la economía local.
Empecemos por la duración temporal: de un veraneo de casi la mitad del año que disfrutaban las élites más aristocráticas en siglos pretéritos, la alta burguesía europea y americana comenzó a ceñirse a los meses de verano en el siglo XIX y primera mitad del XX.  Será en la segunda mitad del siglo pasado, cuando los asalariados conquisten el mes de descanso estival –Dinamarca en 1932 fue el primer país que lo institucionalizó, siguieron Inglaterra, Francia y EEUU-  y  desde entonces comienza a ser un mes la temporalidad acordada al veraneo. Bien es verdad, que ajustándose a la economía privada de cada veraneante o a los distintos ciclos de la economía, como el actual, cuando muy difícil es que pueda el veraneante sobrepasar la quincena de jornadas dedicadas a la práctica veraniega.
Aunque acordemos que el ocio es el objetivo de estas estancias temporales, también hay que matizarlo pues el tiempo libre ha sido una seña de identidad reservada a las clases privilegiadas  hasta, como hemos dicho,  hace poco más de medio siglo y, eso con cuentagotas, ya que aún no se ha universalizado ni alcanza a  todas las sociedades o culturas. También es obvio que se haya empleado en actividades que se acordaran a los valores de la clase que lo disfrutaba en cada época. Como los pilares de nuestra cultura occidental se cimentan en los clásicos, parece demostrado que ellos también  son los que inventaron el tiempo libre, eso si, reservado para los ciudadanos mientras que los esclavos no tenían ni un momento de descanso, y   aunque los griegos lo solían dedicar más al cultivo del pensamiento por lo que con desplazarse a la plaza del pueblo –el ágora- les bastaba y serán los romanos, a los que se les atribuye un sentido más práctico y empírico, los que inventaron el ocio convirtiéndolo en el sello distintivo de sus ciudadanos, especialmente de sus patricios que amaban y cultivaban el tiempo libre practicando actividades placenteras –la música y el teatro pero también los banquetes, los bailes, los baños, juegos atléticos etc-  para lo que construyeron ciudades de veraneo como Ostia o Pompeya donde construyeron unos edificios que se adaptaban a sus placeres veraniegos. Los nuevos descubrimientos arqueológicos en Bolonia –Tarifa- han puesto a la luz un suburbio de lujo dedicado a los placeres de los visitantes. Las nuevas termas más refinadas y exquisitas que las que disfrutaban los ciudadanos de la ciudad, localizadas en el interior del recinto.
 Desmadre que la cristiandad medieval prohibió como el más grave de los pecados, la búsqueda del placer. Me dirán que cruzadas y sobre todo peregrinaciones podrían considerarse como propias del veraneo al suponer  un desplazamiento. Pero, aunque viajero, el peregrino no busca su solaz en la tierra sino en el cielo por lo que el camino santo es una ruta de exculpación de pecados y por ello de dolor y sufrimiento. Quizás cumplido el camino y alcanzado el perdón divino, podría considerarse como un placer espiritual pero muy alejado de los objetivos de un viaje de verano. Las cruzadas y otras guerras aunque se preparan en primavera para atacar en verano e implica un desplazamiento del habitual, y aunque algunos caballeros se sientan colmados y realizados en la lucha, sería más acorde considerarlo como  función o trabajo   y no como ocupación en tiempo libre.
 Las élites renacentistas retomarán el gusto de sus antepasados por ocupar los días más largos del año con actividades placenteras, eso sí, con la exquisitez que su riqueza y su petulancia les permitía. Buscarán los más hermosos lugares de la campiña y de las sierras próximas donde la pureza del aire y la belleza de la naturaleza fueran el escenario adecuado para construir villas de verano donde dedicarse a las actividades propias de una plutocracia que se apropió de la estética como signo elitista de clase. Los monarcas absolutistas del XVII  e incluso los ilustrados del siglo XVIII llevarán esto a su paroxismo, construyendo palacios de verano y albergando las más deslumbrantes y costosas actividades de recreo, desde la caza, los bailes de salón hasta las fiestas más suntuosas y extravagantes. Mientras,  los jóvenes de noble cuna viajaban por Europa como una etapa iniciática para alcanzar la nobleza de sus títulos, impregnándose de la cultura y alternando con las familias más ilustres. Y, aunque en la época contemporánea la burguesía racional e industriosa sustituyó en la élite a las otras clases sociales, no se sustrajo de hacer del veraneo un hábito social de clase.  El mar se puso de moda -parece  el rey inglés  Jorge III  en 1816  el que inauguró esta costumbre del baño en el mar- adornado de virtudes terapéuticas y como espacio idóneo para  deportes de vela y otros juegos atléticos ya que la ociosidad no se acordaba con el esfuerzo y el mérito individual que eran virtudes de esta clase. En España y sobre todo desde que Alfonso XIII en 1913 convirtiera el palacio de La Magdalena de Santander en su residencia veraniega, el destino exclusivista por excelencia serán las playas del norte. Allí el aire más fresco y sus cielos frecuentemente nublados permitirían a las damas cuidar la blancura de su cutis y lucir con menos sudores sus elegantes ropas llegadas directamente de París, paseando por los elegantes  paseos del Sardinero o  La Concha en San Sebastián. Bien es verdad, que a lo largo del año comenzaron a surgir otras formas turísticas, como las estaciones de esquí o los balnearios pero no rivalizaron con el verano para ocupar el tiempo libre del año. Y que las clases populares de ciudades cercanas al mar, como sucedía en España en Barcelona, Valencia, Málaga etc, se acercaban el domingo a la playa en tren o tranvías a merendar y bañarse a la orilla del mar.
Pero no será hasta la recuperación moral y económica que supuso la II Guerra Mundial, que las clases asalariadas pasaran a ser veraneantes. Un mes de vacaciones pagadas y el complemento de la paga extraordinaria, permitirán el fenómeno del turismo de masas y el “sol y playa” como destino preferente. El sur mediterráneo en Europa y  España, especialmente, se convirtieron en las zonas de veraneo,  ya que parecían ofrecer las condiciones ideales para cubrir la demanda de este fenómeno. Así el veraneo se convirtió en algo  más que  un hábito social,  en toda una industria nacional y, en el caso español, en la principal fuente de divisas. Cubrir la demanda de alojamiento y los servicios básicos complementarios fueron los retos  para las autoridades y los sectores empresariales que lideraban e impulsaban esta actividad que se presentía como la gallina de los huevos de oro. Es indudable que la fórmula ha sido un éxito. Los trabajadores veraneantes se han contado por millones y se han ido incrementado año tras año, salvedad hecha de fluctuaciones que no han empañado el éxito de esta fórmula de veraneo para nuestras clases trabajadoras, sol y playa. Aderezado en España con alojamientos y restauración asequibles a unos presupuestos que parecían estirarse dado el nivel de vida más elevado que habían alcanzado los europeos.  El veraneante extranjero  descubría además que la siesta era el complemento ideal a noches largas de fiesta.
Hoy, ¿Algo más que sol, playa y levante?
El veraneo es, pues, contemporáneo como fenómeno de masas  y, como industria, debe y se va adaptando a la demanda. El mayor nivel de vida y con ello de cultura, los cambios de hábitos y valores de las nuevas generaciones, han ido cambiando y  aumentando las exigencias del turista al que se han ido incorporando los nacionales tras el milagro económico español. También el tiempo libre se ha extendido a lo largo del año y surgen ofertas para cubrir el ocio de fines de semana, festivos más o menos prolongados –puentes, Navidades, etc- o reparto vacacional a lo largo del año.
Como respuesta, se habla de la necesidad de “excelencia” como objetivo irrenunciable de la oferta para que el sector español pueda seguir siendo uno de los líderes mundiales en esta industria del ocio.  Las zonas turísticas diversifican la oferta con actividades -culturales, medioambientales, deportivas, gastronómicas, etc.- que se han convertido en el reclamo esencial. El turismo rural, el turismo patrimonial, el turismo ecológico, el de congresos, el de invierno etc. nuevas fórmulas que suponen una fuerte competencia para el veraneo de sol y playa, ya, para muchos, obsoleto. Potenciar las cualidades paisajísticas, históricas, culturales, arqueológicas, antropológicas etc. parecen ser hoy los retos de los emprendedores y de las  administraciones, siguiendo el objetivo global de sostenibilidad en el espacio y en la temporalidad. Exigencias a las que también se  trata de dar respuesta, con el rechazo de los espacios caóticos, desordenados, improvisados, que han ocasionado la acumulación de errores y de caos en nuestras costas. Y, sobre todo, transformando y dotando de calidad  a  los establecimientos turísticos  residenciales y de restauración. Respuesta que, por su exigencia, necesita del empeño colectivo de todo el territorio dónde la actividad pretenda permanecer o desarrollarse.
Lo nuestro
Así es en la comarca de La Janda, que no se incorporó al primer modelo menos exigente en calidad, quizás los vientos no soplaron a favor. Hoy  atrae  a inversores y emprendedores con toda la complicidad de nuestras autoridades locales. La mentalidad ecológica y los hábitos de vida sana y deportiva, valoran las espléndidas y vírgenes playas y potencian precisamente el viento como uno de sus atractivos para los nuevos deportes de vela.

Se han consolidado e impulsado nuestros productos de calidad tanto los paisajes naturales – reservas y parques naturales marítimos y terrestres- como el patrimonio urbano-histórico de Vejer, Medina, Conil, Benalup etc. Incluso se han revalorizado las técnicas de pesca –la almadraba y la industria conservera especialmente-, las tradiciones artesanales y culinarias de las que nos dan una excelente muestra algunos de nuestros más afamados cocineros y pasteleros. Han surgido rutas turístico-históricas, naturalistas, marítimas etc. Y todo ello ha puesto en valor la calidad de esta zona para la actividad que nos ocupa, cubrir el tiempo de ocio. Nos vamos convirtiendo en una de las zonas turísticas en alza o emergentes, como denominan ahora.
Comprobamos que potenciar “lo nuestro” es  esencial para ofrecer una imagen de comarca atractiva. El mantener o prolongar la apertura de los establecimientos a lo largo del año, limitando su temporalidad es, también,  uno de los principales objetivos que le van asociados para hacer sostenible la actividad.  Nuevas iniciativas van en ese camino, como la búsqueda de denominación de origen para los productos derivados del atún –potenciando al mismo tiempo la industria conservera- o La semana gastronómica  del atún que celebramos durante este mes en las distintas localidades almadraberas.  Ya, todo un referente del mes de mayo.
El trabajo, la creatividad y los esfuerzos de muchos  se están poniendo para dotar de excelencia los establecimientos y conseguir que se adecuen a las exigencias del nuevo visitante. Pero, ya lo hemos dicho, esto no puede subsistir sin el empeño de todos. Es la identidad de una comarca la que se ofrece a los nuevos clientes, no es sólo un trabajo de emprendedores.

El envoltorio
Muchos abogamos porque esa identidad que anhelamos en nuestra oferta se acompañe de un envoltorio –espacio urbano- acorde con los otros atractivos paisajísticos, culturales etc. que se ofrecen.
Comenzando por servicios básicos de calidad, imprescindibles para esa excelencia.  Hablamos de las aguas residuales.  ¿No se podría solucionar con técnicas ecológicas contrastadas?, sería un aliciente y reclamo sin lugar a dudas.  O una recogida de residuos sólidos realmente eficaz en cantidad, frecuencia y calidad –reciclaje-,  así como adaptada a los cambios en la densidad poblacional que ocasiona, precisamente, el veraneo.  O el buen estado de las infraestructuras viarias. No sólo las aceras y calzadas sino también, la ambientación lumínica. Y todo ello, con exigencias estéticas y ecológicas.
 Exigencias extensibles a la hora de abrir un negocio turístico, construir inmuebles  o un simple comercio. Hay iniciativas individuales que apreciamos cada año cuando comienza la nueva temporada, pero son aisladas y no representa una voluntad común de crear un espacio arquitectónico con personalidad y que pueda ir convirtiéndose en el envoltorio adecuado a “lo nuestro”. No se trata de construir, tanto como de rehabilitar lo que tenemos pero, y eso es lo más importante, poniendo en valor nuestro patrimonio. No es nada nuevo. Así los pueblos blancos, como Vejer de la frontera, que ha conseguido incluirse entre los pueblos más bonitos de España. Aquí abogo por los de costa donde tenemos tanto por rehacer. . Imaginemos un turismo azul en el que el mar en su globalidad –no sólo la playa- se respire, se visualice y nos envuelva. ¿Han visto las fotos que aficionados muestran en los fueros de Barbate, Conil etc.?


 Nos muestran la belleza de lo humilde, de lo cotidiano, de lo que nos rodea: el color de las barquitas en el embarcadero viejo, la composición de las flores en un balcón, unas cortinas de tiras de colores a la puerta de una casa-puerta etc. El sentido popular de la belleza crea espacios únicos y nuestros. Ese es el camino. Hasta las barriadas consideradas más humildes pueden y deben hacerse visibles dotándolas de personalidad y de una estética con la que se identifiquen sus moradores y de ahí la cuiden, embellezcan y  luzcan ante nuestros visitantes.
La administración local debería propiciar los encuentros y debates de  profesionales y emprendedores, así como apoyar sus iniciativas y colaborar para que sea posible; A los ciudadanos proponer y participar en  debates sobre  iniciativas en sus barrios y aceptarlas, cuando se aprueben, como propias. La colaboración y el trabajo de excelentes profesionales locales tanto arquitectos, técnicos, artistas… como promotores parece esencial en este esfuerzo. También, y mucho más sostenible, que los ciudadanos nos vayamos identificando con nuestro entorno y lo valoremos y defendamos.
 Hay camino por hacer, lo harán no me cabe duda. Y todos nos beneficiaremos de ello. Así como estamos orgullosos de todo lo logrado.
Aquí quedan estas reflexiones para el debate pues toda la sociedad debemos implicarnos en ello.







miércoles, 26 de marzo de 2014

¡Lo que no haga una madre¡



He mirado el reloj a las 2’15, a las 3’37 y la última a las 7’45, que son las que el aparato de la mesilla marca ahora en grandes números rojos. No puedo dormir sin tener a mi cabecera esos dígitos luminosos. Suelo despertarme una o dos veces cada noche, no sé bien si porque me desvelo o si sólo me tranquiliza mirar el paso del tiempo en el reloj, o, quizás, es ya una obsesión lo que altera mi sueño, que no se calma hasta comprobar en la pantalla del radiodespertador que las horas discurren imperturbables.  Nada de eso me causa ningún trastorno pues me levanto descansada  y con la sensación de haber dormido profundamente y de un tirón. A veces, he pensado que lo soñaba. Jorge me  amenazó con marcharse a otra habitación si programaba aquel amodo de huevo sideral que me compré en Colliure, cuando fuimos a visitar la tumba de Machado el verano pasado. ¡lástima¡, podía emitir varios sonidos que imitaban la naturaleza –pajaritos piando, el rugir de algún viento, y así hasta doce o trece sonidos de la madre tierra- o emitir una luz tenue con el intervalo que se deseara. Lo programé una noche con las olas del mar y Jorge lo arrancó del enchufe después de volver de mear. Dice que el ruidito del agua oprime sus esfínteres. Ahora lo ha quitado de mi vista para que no vuelva a intentarlo con otra sugerencia campestre. La alarma está programada con RNE para las 8 horas, me queda un cuarto de hora para rumiar el plan que nos hemos propuesto –Jorge y yo, mi hijo todavía no sabe nada- para “salvar” a Luis del sofá.

Desde que volvió de casa de mi hermana, el verano pasado, Luis no sale del sofá desvencijado que  instaló en su cuarto. Es uno de esos futones japoneses que compró mi cuñada en uno de sus alardes unilaterales de estar a la última, y que todos probamos, cuando nos invitó a su casa para demostrarnos los beneficios de las posturas orientales. Ninguno de nosotros, me refiero a nosotros y al resto de cuñados, fue capaz de levantarse por si mismo después de dos horas tumbado en el  dichoso artefacto. Como las modas son, por definición, pasajeras, lo sustituyó por otro, en este caso, noruego; no sin advertirnos que lo hacía porque los occidentales estamos ya agarrotados por generaciones y que lo pagaremos con cuantiosas facturas de fisioterapeutas que no pueden luchar contra nuestros hábitos mentales. Amen. Fue cuando Luis le pidió el futón. Y allí pasa su vida desde entonces. No asiste a sus clases ni se reúne con sus amigos. Nunca nos ha dado una explicación, ni intentado pretextar alguna dolencia, ni lo justifica con una astenia primaveral, no sólo porque estamos en pleno invierno, si no porque en el sofá lleva una actividad frenética: escribe mensajes, actualiza sus páginas webs, dibuja maquetas para discos, lee y relee pdfs, hace fotos, compone y escucha música, recibe llamadas telefónicas y visualiza sus series favoritas una y otra vez. Duerme 7 u 8 horas y se deja lavar pacientemente, quizás por no escucharme cuando le enumero las enfermedades que puede contraer con la falta de higiene. Se levanta al aseo para sus necesidades y yo vigilo sus heces por si comienza a estar estreñido, otro de los males que  puede ocasionarle la falta de movimiento. Le he reforzado las verduras y los cereales integrales y no se opone a la dieta –Luis siempre ha comido de todo- aunque noto que ha metido dos o tres kilos en estos cuatro meses.

-         Cariño ¿a ver si lo único que conseguimos es que salte de sofá a sofá? –le dije a Jorge mientras preparaba el café-
-         No hay ninguno en esa casa. Te he dicho que es una vivienda rural que no ofrece ninguna comodidad: ni electricidad, ni gas, ni ningún artilugio a los que estamos habituados. Tendremos que sacar el agua del pozo y desplazarnos en burro para acercarnos al pueblo. Sólo una baliza que podemos activar, como en los barcos, en caso de peligro. – dijo-


Fue Jorge el que entró en su cuarto y lo despertó

-         ¿A dónde? –escuché que dijo Luis escuetamente-
-         Al fin del mundo. –Jorge resumió el plan en esa sentencia, mientras daba por teléfono, las ultimas instrucciones a su secretaria-
-         No iré
-         Tu vas por delante, cariño, los tres solos enfrentados a la naturaleza. Nos vendrá bien a todos ¿no te parece?- dije interrumpiéndolos y pasando a guardar sus cosas en la mochila-
-         ¿Desde cuándo os interesa la naturaleza?
-         Tampoco habrá mucha.

No opuso resistencia. Tres horas de autovía y casi una hora de pista rural. No llueve nunca por estos lares, pero cuando lo hace arrastra  y desbasta el terreno. El camino ascendía suavemente hacia un  altozano donde se divisaba una vivienda. Lo que parecía a la mano, se hizo interminable. La ruta  iba discurriendo por senderos de áspera belleza, por tierras sometidas a duras jornadas de soles y vientos, que las  han ido raspando hasta destaparles sus  colores minerales  ocres, malvas, grises y rojizos, y han esculpido sabinas y enebros componiendo un universo de volúmenes, vacíos y líneas retorcidas. Caracoleamos duros barrancos lagarteando las rocas, que apenas dejaban espacio entre la ladera y el precipicio, y atravesamos los cauces  casi  secos de arroyos imposibles, que siembran de piedras y obstáculos el camino que teníamos que adivinar o reconstruir. Ninguno de los tres habló durante el trayecto.

-         ¿Qué has metido en esta caja? –se quejó Jorge-
-         Libros, libros para los tres.
-         Voy a sacar agua del pozo. Yo hago hoy la comida.-dijo Luis, como si nos tuviera habituados a su voz y a compartir los quehaceres culinarios-
-         No gastes las verduras que por aquí parece difícil que encontremos otras.
-         Mañana vendrá Gaspar y saldremos a cazar liebres. Comeremos lo que cacemos y recolectemos.
-         Jorge tu sabes que me horrorizan las escopetas. Yo no puedo ver matar a animales. Podías haberme consultado.
-         No habrá armas. Aquí se cazan con perros y hurones. Os enseñaré. De niño solía salir con él y con mi padre.
-         Aquí no hemos venido a admirar tus alardes campesinos.
-         Quizás nos venga bien saber quiénes somos.



Comimos unas berenjenas deliciosas con orégano y tomate. Bebimos un vino de pitarra. Luis bebió delante nuestra dos o tres vasos, como si fuera un experto. Nos sentamos envueltos en mantas en torno a la chimenea.

-         ¿Serán lobos? –dije asustada por los alaridos de alguna bestia-
-         Querida, esto es casi el desierto. –dijo el experto-

Luis salió fuera y comenzó a aullar. Su padre, lo imitó. Yo empezaba a creer que la terapia estaba dando resultado.

-         ¿A qué hora os fuisteis? No os sentí salir.
-         Querida, son las doce del mediodía. Has dormido sin despertador. Esto está dando resultados.
-         ¡AJJJ, qué asco¡ ¡cómo llevas ese gato sangrando¡ No tenéis corazón, habéis matado un animalito indefenso.
-         Es una liebre y le he roto el cuello con mis propias manos, como me ha dicho Gaspar, para que no sufra. Un chasquido y lista.

Me contuve. Pero empecé a saber que esto era más difícil de lo que imaginé. No pude probar ni un bocado de aquella carne que guisó Gaspar y que dejó esparcido por toda la casa, su olor dulzón a clavo –lo odiaba- y a laurel –Jorge rechazaba esa hoja que le recordaba a cualquiera de los guisos de su madre-. Nuestro hijo dio buena cuenta de lo que para él parecía un manjar.

-         Mamá, nunca hacemos estas cosas en casa.
-         ¿Quién se viene a ver la puesta de sol desde aquel otero? –nos propuso Luis-
-         Está muy lejos, cariño, y estoy cansado de la caminata de esta mañana. ¿Lo acompañarás tu, mujer?
-         Si vamos todos, me da miedo que nos perdamos, está lejos

Subimos a aquel altozano. La tarde no era muy fría pero soplaba un viento con el que también tuvimos que enfrentarnos. Me arañé las manos tratando de sujetarme a las raquíticas ramas, cuando pretendí que me sujetaran al tener que bajar una pequeña pendiente. Luis se deshilachó la sudadera escalando la última ladera. Yo llegué a la cima dando una vuelta que me hizo perderme la puesta de sol que esperábamos. No hablamos en todo el trayecto. Los tres sentados con las rodillas agarradas, mirando un cielo alumbrado de lilas y humedecido de nubes encarnadas. Jorge nos abrazó a los dos. El silencio embelleció el momento.


-         No me pasará nada, está Gaspar.
-         Yo ya he tenido bastante campo, quédate con tu hijo, si quieres.
-         No puedo, lo sabes.
-         Te dejo el móvil, aquí hay cobertura.
-         No podré cargarlo. Gaspar os dará mis noticias.
-         Hijo, no puedo estar sin ti.
-         Yo también os quiero.

Descendimos buscando, cada uno, red en nuestros IPad.






martes, 28 de enero de 2014

Escenarios traumáticos

Sí, esa foto no dejaba lugar a especulaciones. La había tomado mi padre en aquella barca del Retiro. Mi hermano mayor, Claudio, remaba sustituyendo a mi padre mientras hacía la foto.   Mi madre me tenía entre sus piernas y me abrazaba para evitar que, con mis juegos, pusiera en peligro la estabilidad de la barca. Todos sonreíamos, era la imagen de una familia “normalmente” feliz. Una hora más tarde, mi madre nos abandonaba. ¿Por qué, entonces,  la había conservado tanto tiempo?, ¿por qué era ésta la imagen elegida? En casa no había ninguna de ella. Mi padre las había hecho desaparecer. Sólo algunas, recortadas para suprimir su imagen, podían intuir su presencia junto a nosotros.

 Sentí un vértigo, quizás era ese olor a sándalo, a vainilla, ese aroma ácido, el dulzor y la  frescura  del azahar. Era el olor de mi madre, el olor inconfundible de su perfume. El olor con el que me abrazaba. ¿Cómo podía recordarlo con tanta intensidad?, ¿cómo aún me evocaba la misma emoción de tibieza y dulzura? Lloraba. Me mareaba, volví a sentir que las piernas no me sostenían.

¿Qué te pasa, no estás bien? Oía, muy a lo lejos, las voces de mis compañeros que, seguramente, comenzaban a asustarse de mi comportamiento nada habitual. Yo era un experto y ellos, los nuevos, que aún pasaban su periodo de prácticas en un oficio oscuro, que no se aprende en una maestría profesional y, del que, sin embargo, se requieren conocimientos sofisticados y del que se exige una eficacia de excelencia.  Parecía un servicio rutinario. Por eso el jefe me los había encomendado. Una mujer se había cortado las venas en la bañera.
Ya habíamos hecho otros servicios como ése. Era de los más limpios. Aunque dependía de la eficacia de la víctima o, quizás, de lo que lo hubiera premeditado. Si lo hacía en una bañera con agua caliente, si cortaba las venas a lo largo de su brazo; entonces el suicida apenas dejaba rastro. Lo que no parecía el caso.  Nos habían avisado desde la pensión y eso presagiaba que la mujer podía haber hecho una carnicería al tener que realizar numerosos intentos hasta conseguir desangrarse. Aún así, el trabajo era rutinario, clasificado de rutina 3.3. Sólo había que seguir el protocolo.

Cuando llegamos, la sangre mezclada con el agua había sido ya evacuada de la bañera por la policía, cuando retiraron el cadáver por orden del juez. Nos enfundamos los monos blancos, guantes desechables  y tapamos nuestras bocas con mascarillas para evitar tanto los malos olores como sobre todo para protegernos de  posibles contagios. En estos casos el VIH era el más pausible, son los drogadictos los que más suicidios protagonizan. El olor dulzón de la sangre continuaba en el cuarto de baño, también algunos regueros de un rojo negruzco  caían como lágrimas del borde de la bañera. Seguramente, la suicida, mi madre, habría apoyado sus manos sangrantes y contemplado cómo se le iba la vida. Parecía una muerte plácida, deseada, hermosa. Las salpicaduras  -huellas de sus intentos ineficaces-  manchaban la blancura mate de los azulejos, esparcidas como pigmentos espontáneos, impulsivos, en un lienzo expresionista; no mermaban la belleza de la posible escena del crimen.  Raspamos, limpiamos con  lejía diluida en agua en una proporción de 1:10 mezclada con una solución de glutaraldehido y desinfectamos con  agua oxigenada rebajada con un preparado de  hojas aromáticas. Éramos una empresa reconocida y eficiente. El cuarto de baño recuperó su cotidianeidad.

La dueña de la pensión insistió en que retiráramos los efectos personales de la víctima de la habitación. Ningún familiar se había hecho cargo del cadáver. Había que recoger y guardar en cajas de cartón que, precintadas, debíamos entregar a la policía judicial. Era una habitación como tantas, sin pretensiones estéticas, sin rasgos personales del huésped. La dueña tenía prohibido que colgasen cuadros, póster o cualquier objeto que dañase la pintura d e las paredes. Un armario empotrado de hojas corredizas, una mesilla y una cama recubierta por una colcha de password como único elemento que atenuaba la sencillez de la estancia. Un amplio ventanal atiborrado de geranios y otras plantas la dotaban de cierta alegría y le conferían la impresión de espacio vivido. Allí precisamente, en el alfeizar de la ventana, estaba el portarretratos con aquella foto.

Me desmayé.