martes, 25 de agosto de 2009


Notas de campo

Estábamos listos a las siete de la mañana para comenzar la ruta en nuestro mini-toterreno de Midelt a Imilchil por el circo de Jaffa -157 kilómetros- …lo alcanzamos a las nueve de la noche. El camino se iba haciendo por altiplanos de áspera belleza, tierras sometidas por fríos, soles y vientos que las han ido raspando hasta destaparles sus colores minerales ocres, malvas, grises y rojizos y han esculpido las sabinas y enebros componiendo un universo de vacíos y líneas dobladas. Caracoleábamos duros barrancos lagarteando las rocas que apenas dejaban espacio entre la ladera y el precipicio y atravesábamos los cauces casi secos de arroyos imposibles que sembraban de piedras y obstáculos el camino que teníamos que adivinar o reconstruir. Mimetizadas con el paisaje las aldeas de barro y caña de dónde surgían los ojos deslumbrantes de los pequeños que se enlazaban en mis piernas para que los izara, los abrazara y me colmaran de risas y besos. Dispersas por las laderas las oscuras tiendas beréberes rodeadas de cabras que rumian el escaso verdor de estos áridos terrenos. Nos hacíamos acompañar a ratos por alguno de estos pastores con los que nos comunicábamos por intuiciones y gestos ya que apenas hablan sólo su propio dialecto. Las mujeres destinaban sus miradas a cualquiera de nuestras escasas mercancías de viaje de las que inevitablemente nos íbamos desprendiendo a cambio de sonrisas, higos de chumbera y grititos de alborozo cuando se trataba de alguna de mis prendas.
llegamos a nuestro destino, un hotelito –el Izlane- de 18 euros la pieza que regenta una familia de guías de montaña de porte elegante y trato exquisito. Té de bienvenida –uso beréber- y larga conversación en una sobremesa bajo las estrellas de luz límpida de montaña. Una hermosa leyenda que se remonta a sus orígenes y explica la tradición del Moussem, mercado de pastores que aprovechan para concertar casamientos célebres por ser la mujer la que elige al esposo –palabra que prefiero a marido que aquí resultaría todavía más cursi-.
De nuevo al alba nuestra segunda ruta, esta vez una estrechísima calzada asfaltada? a tramos y a agujeros que nos llevó hasta el valle de los Aït Bouguemez –valle feliz-. Aquí el verdor intenso de las huertas regadas a placer ubicadas a los pies de Kasbas que descuelgan terrazas de maderas y barro oscuro delimitadas por torres trapezoidales rayadas con dibujos enigmáticos, rajadas de aberturas de luces y que se abren en el interior al rumor de fuentes que animan los pequeños patios con limoneros -¡Qué recuerdos de mi tierra!-.
Nos quedaba terminar el bucle, subir por una pista en buen estado que serpentea sobre los 3000 metros –montaña en estado puro- y un descenso de vértigo hasta lo que llaman La Catedral, una mole de roja caliza que ha tomado la forma d e una catedral gótica.
Salimos del Atlas y regreso por la brava costa atlántica envuelta en la niebla habitual que refresca los blancos acantilados y los atolones que van haciendo espléndidas ensenadas. Enclaves portugueses que guardan el color azul del interior lusitano .-Safi- y conservan algunas de sus alcazabas. De especial hermosura es La Cisterna de El Jadida, un óculo central cuela las aguas a una sala de gráciles columnas y bóvedas de crucería. El barco en Tánger tras ir atravesando no sólo espacios sino tiempos diversos…llego con una especie de desasosiego …Cuando se atraviesan las múltiples capas de culturas que poblamos el planeta ¿compartimos?, sólo podemos que desnaturalizarlas?, ¿qué nos llevamos hasta la nuestra?...Es el reto pendiente de este homínido –la convivencia de la diversidad- desde sus primeros desplazamientos?...Me horroriza la homogenización-globalizada y no se cómo se puede contribuir a evitarlo si llevamos en una mano la sonrisa y en la otra la coca-cola…
MJ

1 comentario:

  1. Uno vuelve distinto porque estar en contacto con el ser humano sin aditamentos es toda una expieriencia. abelardo

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