miércoles, 28 de mayo de 2014



Veraneo
¿Dónde pasarán este verano sus vacaciones? La mayoría de ustedes –según las estadísticas del INE- visitarán alguna localidad de costa. ¿Cuáles son las exigencias de un veraneante del siglo XXI? ¿Se puede revitalizar el turismo de “sol y playa”?
Rebobinando
Veraneo: Pasar el verano fuera de su lugar de residencia.
 Parece que los diccionarios y páginas web coinciden en darnos esta definición sobre este término. Sin matices.  Ninguno aclara cuestiones como para qué, cómo, dónde,  desde cuándo, hasta cuándo, con quién, etc. Claro que eso sería como encontrar la llave del tesoro mejor guardado. Ya que  incluso aunque convengamos que:
-           El veraneo es propio de esa estación del año.
-           Implica un desplazamiento de nuestra residencia habitual.
-           Cuenta con nuestro tiempo libre
-           El objetivo global de las actividades que esperamos realizar es disfrutar de ese tiempo de ocio
 Cada una de estas premisas ha ido cambiando a lo largo de la historia. Podemos conocer y evaluar los cambios que esta actividad ha presentado a lo largo del tiempo e intentar conocer los factores que la han hecho ir modificándose y adaptarse a los nuevos valores, necesidades, aspiraciones o motivaciones de las poblaciones que la demandaban. De esa reflexión trataremos de sacar enseñanzas o pistas para evaluar el futuro de un fenómeno que en nuestro país se ha convertido en la primera industria nacional y en nuestra comarca –La Janda- en el único sector que activa la economía local.
Empecemos por la duración temporal: de un veraneo de casi la mitad del año que disfrutaban las élites más aristocráticas en siglos pretéritos, la alta burguesía europea y americana comenzó a ceñirse a los meses de verano en el siglo XIX y primera mitad del XX.  Será en la segunda mitad del siglo pasado, cuando los asalariados conquisten el mes de descanso estival –Dinamarca en 1932 fue el primer país que lo institucionalizó, siguieron Inglaterra, Francia y EEUU-  y  desde entonces comienza a ser un mes la temporalidad acordada al veraneo. Bien es verdad, que ajustándose a la economía privada de cada veraneante o a los distintos ciclos de la economía, como el actual, cuando muy difícil es que pueda el veraneante sobrepasar la quincena de jornadas dedicadas a la práctica veraniega.
Aunque acordemos que el ocio es el objetivo de estas estancias temporales, también hay que matizarlo pues el tiempo libre ha sido una seña de identidad reservada a las clases privilegiadas  hasta, como hemos dicho,  hace poco más de medio siglo y, eso con cuentagotas, ya que aún no se ha universalizado ni alcanza a  todas las sociedades o culturas. También es obvio que se haya empleado en actividades que se acordaran a los valores de la clase que lo disfrutaba en cada época. Como los pilares de nuestra cultura occidental se cimentan en los clásicos, parece demostrado que ellos también  son los que inventaron el tiempo libre, eso si, reservado para los ciudadanos mientras que los esclavos no tenían ni un momento de descanso, y   aunque los griegos lo solían dedicar más al cultivo del pensamiento por lo que con desplazarse a la plaza del pueblo –el ágora- les bastaba y serán los romanos, a los que se les atribuye un sentido más práctico y empírico, los que inventaron el ocio convirtiéndolo en el sello distintivo de sus ciudadanos, especialmente de sus patricios que amaban y cultivaban el tiempo libre practicando actividades placenteras –la música y el teatro pero también los banquetes, los bailes, los baños, juegos atléticos etc-  para lo que construyeron ciudades de veraneo como Ostia o Pompeya donde construyeron unos edificios que se adaptaban a sus placeres veraniegos. Los nuevos descubrimientos arqueológicos en Bolonia –Tarifa- han puesto a la luz un suburbio de lujo dedicado a los placeres de los visitantes. Las nuevas termas más refinadas y exquisitas que las que disfrutaban los ciudadanos de la ciudad, localizadas en el interior del recinto.
 Desmadre que la cristiandad medieval prohibió como el más grave de los pecados, la búsqueda del placer. Me dirán que cruzadas y sobre todo peregrinaciones podrían considerarse como propias del veraneo al suponer  un desplazamiento. Pero, aunque viajero, el peregrino no busca su solaz en la tierra sino en el cielo por lo que el camino santo es una ruta de exculpación de pecados y por ello de dolor y sufrimiento. Quizás cumplido el camino y alcanzado el perdón divino, podría considerarse como un placer espiritual pero muy alejado de los objetivos de un viaje de verano. Las cruzadas y otras guerras aunque se preparan en primavera para atacar en verano e implica un desplazamiento del habitual, y aunque algunos caballeros se sientan colmados y realizados en la lucha, sería más acorde considerarlo como  función o trabajo   y no como ocupación en tiempo libre.
 Las élites renacentistas retomarán el gusto de sus antepasados por ocupar los días más largos del año con actividades placenteras, eso sí, con la exquisitez que su riqueza y su petulancia les permitía. Buscarán los más hermosos lugares de la campiña y de las sierras próximas donde la pureza del aire y la belleza de la naturaleza fueran el escenario adecuado para construir villas de verano donde dedicarse a las actividades propias de una plutocracia que se apropió de la estética como signo elitista de clase. Los monarcas absolutistas del XVII  e incluso los ilustrados del siglo XVIII llevarán esto a su paroxismo, construyendo palacios de verano y albergando las más deslumbrantes y costosas actividades de recreo, desde la caza, los bailes de salón hasta las fiestas más suntuosas y extravagantes. Mientras,  los jóvenes de noble cuna viajaban por Europa como una etapa iniciática para alcanzar la nobleza de sus títulos, impregnándose de la cultura y alternando con las familias más ilustres. Y, aunque en la época contemporánea la burguesía racional e industriosa sustituyó en la élite a las otras clases sociales, no se sustrajo de hacer del veraneo un hábito social de clase.  El mar se puso de moda -parece  el rey inglés  Jorge III  en 1816  el que inauguró esta costumbre del baño en el mar- adornado de virtudes terapéuticas y como espacio idóneo para  deportes de vela y otros juegos atléticos ya que la ociosidad no se acordaba con el esfuerzo y el mérito individual que eran virtudes de esta clase. En España y sobre todo desde que Alfonso XIII en 1913 convirtiera el palacio de La Magdalena de Santander en su residencia veraniega, el destino exclusivista por excelencia serán las playas del norte. Allí el aire más fresco y sus cielos frecuentemente nublados permitirían a las damas cuidar la blancura de su cutis y lucir con menos sudores sus elegantes ropas llegadas directamente de París, paseando por los elegantes  paseos del Sardinero o  La Concha en San Sebastián. Bien es verdad, que a lo largo del año comenzaron a surgir otras formas turísticas, como las estaciones de esquí o los balnearios pero no rivalizaron con el verano para ocupar el tiempo libre del año. Y que las clases populares de ciudades cercanas al mar, como sucedía en España en Barcelona, Valencia, Málaga etc, se acercaban el domingo a la playa en tren o tranvías a merendar y bañarse a la orilla del mar.
Pero no será hasta la recuperación moral y económica que supuso la II Guerra Mundial, que las clases asalariadas pasaran a ser veraneantes. Un mes de vacaciones pagadas y el complemento de la paga extraordinaria, permitirán el fenómeno del turismo de masas y el “sol y playa” como destino preferente. El sur mediterráneo en Europa y  España, especialmente, se convirtieron en las zonas de veraneo,  ya que parecían ofrecer las condiciones ideales para cubrir la demanda de este fenómeno. Así el veraneo se convirtió en algo  más que  un hábito social,  en toda una industria nacional y, en el caso español, en la principal fuente de divisas. Cubrir la demanda de alojamiento y los servicios básicos complementarios fueron los retos  para las autoridades y los sectores empresariales que lideraban e impulsaban esta actividad que se presentía como la gallina de los huevos de oro. Es indudable que la fórmula ha sido un éxito. Los trabajadores veraneantes se han contado por millones y se han ido incrementado año tras año, salvedad hecha de fluctuaciones que no han empañado el éxito de esta fórmula de veraneo para nuestras clases trabajadoras, sol y playa. Aderezado en España con alojamientos y restauración asequibles a unos presupuestos que parecían estirarse dado el nivel de vida más elevado que habían alcanzado los europeos.  El veraneante extranjero  descubría además que la siesta era el complemento ideal a noches largas de fiesta.
Hoy, ¿Algo más que sol, playa y levante?
El veraneo es, pues, contemporáneo como fenómeno de masas  y, como industria, debe y se va adaptando a la demanda. El mayor nivel de vida y con ello de cultura, los cambios de hábitos y valores de las nuevas generaciones, han ido cambiando y  aumentando las exigencias del turista al que se han ido incorporando los nacionales tras el milagro económico español. También el tiempo libre se ha extendido a lo largo del año y surgen ofertas para cubrir el ocio de fines de semana, festivos más o menos prolongados –puentes, Navidades, etc- o reparto vacacional a lo largo del año.
Como respuesta, se habla de la necesidad de “excelencia” como objetivo irrenunciable de la oferta para que el sector español pueda seguir siendo uno de los líderes mundiales en esta industria del ocio.  Las zonas turísticas diversifican la oferta con actividades -culturales, medioambientales, deportivas, gastronómicas, etc.- que se han convertido en el reclamo esencial. El turismo rural, el turismo patrimonial, el turismo ecológico, el de congresos, el de invierno etc. nuevas fórmulas que suponen una fuerte competencia para el veraneo de sol y playa, ya, para muchos, obsoleto. Potenciar las cualidades paisajísticas, históricas, culturales, arqueológicas, antropológicas etc. parecen ser hoy los retos de los emprendedores y de las  administraciones, siguiendo el objetivo global de sostenibilidad en el espacio y en la temporalidad. Exigencias a las que también se  trata de dar respuesta, con el rechazo de los espacios caóticos, desordenados, improvisados, que han ocasionado la acumulación de errores y de caos en nuestras costas. Y, sobre todo, transformando y dotando de calidad  a  los establecimientos turísticos  residenciales y de restauración. Respuesta que, por su exigencia, necesita del empeño colectivo de todo el territorio dónde la actividad pretenda permanecer o desarrollarse.
Lo nuestro
Así es en la comarca de La Janda, que no se incorporó al primer modelo menos exigente en calidad, quizás los vientos no soplaron a favor. Hoy  atrae  a inversores y emprendedores con toda la complicidad de nuestras autoridades locales. La mentalidad ecológica y los hábitos de vida sana y deportiva, valoran las espléndidas y vírgenes playas y potencian precisamente el viento como uno de sus atractivos para los nuevos deportes de vela.

Se han consolidado e impulsado nuestros productos de calidad tanto los paisajes naturales – reservas y parques naturales marítimos y terrestres- como el patrimonio urbano-histórico de Vejer, Medina, Conil, Benalup etc. Incluso se han revalorizado las técnicas de pesca –la almadraba y la industria conservera especialmente-, las tradiciones artesanales y culinarias de las que nos dan una excelente muestra algunos de nuestros más afamados cocineros y pasteleros. Han surgido rutas turístico-históricas, naturalistas, marítimas etc. Y todo ello ha puesto en valor la calidad de esta zona para la actividad que nos ocupa, cubrir el tiempo de ocio. Nos vamos convirtiendo en una de las zonas turísticas en alza o emergentes, como denominan ahora.
Comprobamos que potenciar “lo nuestro” es  esencial para ofrecer una imagen de comarca atractiva. El mantener o prolongar la apertura de los establecimientos a lo largo del año, limitando su temporalidad es, también,  uno de los principales objetivos que le van asociados para hacer sostenible la actividad.  Nuevas iniciativas van en ese camino, como la búsqueda de denominación de origen para los productos derivados del atún –potenciando al mismo tiempo la industria conservera- o La semana gastronómica  del atún que celebramos durante este mes en las distintas localidades almadraberas.  Ya, todo un referente del mes de mayo.
El trabajo, la creatividad y los esfuerzos de muchos  se están poniendo para dotar de excelencia los establecimientos y conseguir que se adecuen a las exigencias del nuevo visitante. Pero, ya lo hemos dicho, esto no puede subsistir sin el empeño de todos. Es la identidad de una comarca la que se ofrece a los nuevos clientes, no es sólo un trabajo de emprendedores.

El envoltorio
Muchos abogamos porque esa identidad que anhelamos en nuestra oferta se acompañe de un envoltorio –espacio urbano- acorde con los otros atractivos paisajísticos, culturales etc. que se ofrecen.
Comenzando por servicios básicos de calidad, imprescindibles para esa excelencia.  Hablamos de las aguas residuales.  ¿No se podría solucionar con técnicas ecológicas contrastadas?, sería un aliciente y reclamo sin lugar a dudas.  O una recogida de residuos sólidos realmente eficaz en cantidad, frecuencia y calidad –reciclaje-,  así como adaptada a los cambios en la densidad poblacional que ocasiona, precisamente, el veraneo.  O el buen estado de las infraestructuras viarias. No sólo las aceras y calzadas sino también, la ambientación lumínica. Y todo ello, con exigencias estéticas y ecológicas.
 Exigencias extensibles a la hora de abrir un negocio turístico, construir inmuebles  o un simple comercio. Hay iniciativas individuales que apreciamos cada año cuando comienza la nueva temporada, pero son aisladas y no representa una voluntad común de crear un espacio arquitectónico con personalidad y que pueda ir convirtiéndose en el envoltorio adecuado a “lo nuestro”. No se trata de construir, tanto como de rehabilitar lo que tenemos pero, y eso es lo más importante, poniendo en valor nuestro patrimonio. No es nada nuevo. Así los pueblos blancos, como Vejer de la frontera, que ha conseguido incluirse entre los pueblos más bonitos de España. Aquí abogo por los de costa donde tenemos tanto por rehacer. . Imaginemos un turismo azul en el que el mar en su globalidad –no sólo la playa- se respire, se visualice y nos envuelva. ¿Han visto las fotos que aficionados muestran en los fueros de Barbate, Conil etc.?


 Nos muestran la belleza de lo humilde, de lo cotidiano, de lo que nos rodea: el color de las barquitas en el embarcadero viejo, la composición de las flores en un balcón, unas cortinas de tiras de colores a la puerta de una casa-puerta etc. El sentido popular de la belleza crea espacios únicos y nuestros. Ese es el camino. Hasta las barriadas consideradas más humildes pueden y deben hacerse visibles dotándolas de personalidad y de una estética con la que se identifiquen sus moradores y de ahí la cuiden, embellezcan y  luzcan ante nuestros visitantes.
La administración local debería propiciar los encuentros y debates de  profesionales y emprendedores, así como apoyar sus iniciativas y colaborar para que sea posible; A los ciudadanos proponer y participar en  debates sobre  iniciativas en sus barrios y aceptarlas, cuando se aprueben, como propias. La colaboración y el trabajo de excelentes profesionales locales tanto arquitectos, técnicos, artistas… como promotores parece esencial en este esfuerzo. También, y mucho más sostenible, que los ciudadanos nos vayamos identificando con nuestro entorno y lo valoremos y defendamos.
 Hay camino por hacer, lo harán no me cabe duda. Y todos nos beneficiaremos de ello. Así como estamos orgullosos de todo lo logrado.
Aquí quedan estas reflexiones para el debate pues toda la sociedad debemos implicarnos en ello.







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