Aquí pelícano azul llamando, llamando...
Aquí tulipán negro, recibido, corto
Aquí pelícano azul emitiendo llamada de emergencia para la zona de Los Caños. Emitido y corto
Aquí tulipán negro recibiendo y trasmitiendo llamada de emergencia para Los Caños. Qué está pasando?! no encuentro la emergencia desde protección civil, quién la ha lanzado?. Emitido y corto
Aquí pelícano azul, emitiendo: pichita, qué has sio tú , mi arma, no te líes. Emitido y corto
Aquí el tulipán negro, emitiendo: tu flipas pelícano, bájate de la nube o es que se te están destiñendo las plumas?. Yo no he lanzado ninguna llamada de emergencia. Emitido y corto
Aquí el pelícano azul emitiendo: ya las vuelto a liar otra vez? A qué le has dado al botón rojo de emergencias con GPS y ha saltado la alarma! pues de esta te quitan la licencia! ya han salido para Los Caños todos los efectivos, qué marrón, quillo! y yo la he lanzado por toda la zona!, a tí te voy a untar yo en rebanás, picha, negro y revenio to el tulipán!. Emitido y corto
Aquí el tulipán negro, emitiendo: a tí te ha dao una indigestiòn de pescao crudo?, te digo que no le he dao a ná. Tu es que estás resentio porque me lleve el diploma de radioaficionado de honor después de la emergencia del maremoto. Como a mí me quiten la licencia por tu culpa, te vas a enterar bien enterao que "Si me llaman tulipán negro es que por un tulipán negro mato". Date por enterao, corto.
Aquií pelícano azul emitiendo: qué mieo, compadre, pa preocuparme por una margarina como tú estoy yo ahora, déjate ya de fanfarronás y a ver qué emitimos para salir de esta
Aquí tulipán negro emitiendo: fácil quillo, vés como eres un piernas?. Diremos que hemos recibido aviso de pateras en la cala del aceite, esta mañana he visto una acercándose y estará ya pa llegar, qué te parece. No lo chivo nunca, a mí no me va este rollo, pero es una salida segura. Ahora mismo lo mando. Emitido y corto.
Aquí el Pelícano emitiendo: ni hablar, quillo. Yo seré lo que sea, menos traicionar a esas criaturitas. Si vienen cargaos de mujeres y niños, no te dá ná??, no lo hagas pf, pf, por tu madre mi arma que me va a quedar pa to la vida la cara de miseria y desazón de esa pobre gente. Quillo, ni hablar. Corto
Aquí negro, negro...
jueves, 23 de octubre de 2014
jueves, 17 de julio de 2014
miércoles, 28 de mayo de 2014
Veraneo
¿Dónde
pasarán este verano sus vacaciones? La mayoría de ustedes –según las
estadísticas del INE- visitarán alguna localidad de costa. ¿Cuáles son las
exigencias de un veraneante del siglo XXI? ¿Se puede revitalizar el turismo de
“sol y playa”?
Rebobinando
Veraneo: Pasar el
verano fuera de su lugar de residencia.
Parece que los
diccionarios y páginas web coinciden en darnos esta definición sobre este
término. Sin matices. Ninguno aclara
cuestiones como para qué, cómo,
dónde, desde cuándo, hasta cuándo, con quién, etc. Claro que
eso sería como encontrar la llave del tesoro mejor guardado. Ya que incluso aunque convengamos que:
-
El
veraneo es propio de esa estación del año.
-
Implica
un desplazamiento de nuestra residencia habitual.
-
Cuenta
con nuestro tiempo libre
-
El
objetivo global de las actividades que esperamos realizar es disfrutar de ese
tiempo de ocio
Cada una de estas
premisas ha ido cambiando a lo largo de la historia. Podemos conocer y evaluar
los cambios que esta actividad ha presentado a lo largo del tiempo e intentar
conocer los factores que la han hecho ir modificándose y adaptarse a los nuevos
valores, necesidades, aspiraciones o motivaciones de las poblaciones que la
demandaban. De esa reflexión trataremos de sacar enseñanzas o pistas para
evaluar el futuro de un fenómeno que en nuestro país se ha convertido en la
primera industria nacional y en nuestra comarca –La Janda- en el único sector
que activa la economía local.
Empecemos por la duración temporal: de un veraneo de casi la
mitad del año que disfrutaban las élites más aristocráticas en siglos
pretéritos, la alta burguesía europea y americana comenzó a ceñirse a los meses
de verano en el siglo XIX y primera mitad del XX. Será en la segunda mitad del siglo pasado,
cuando los asalariados conquisten el mes de descanso estival –Dinamarca en 1932
fue el primer país que lo institucionalizó, siguieron Inglaterra, Francia y
EEUU- y
desde entonces comienza a ser un mes la temporalidad acordada al
veraneo. Bien es verdad, que ajustándose a la economía privada de cada
veraneante o a los distintos ciclos de la economía, como el actual, cuando muy
difícil es que pueda el veraneante sobrepasar la quincena de jornadas dedicadas
a la práctica veraniega.
Aunque acordemos que el ocio es el objetivo de estas
estancias temporales, también hay que matizarlo pues el tiempo libre ha sido
una seña de identidad reservada a las clases privilegiadas hasta, como hemos dicho, hace poco más de medio siglo y, eso con
cuentagotas, ya que aún no se ha universalizado ni alcanza a todas las sociedades o culturas. También es
obvio que se haya empleado en actividades que se acordaran a los valores de la
clase que lo disfrutaba en cada época. Como los pilares de nuestra cultura
occidental se cimentan en los clásicos, parece demostrado que ellos
también son los que inventaron el tiempo
libre, eso si, reservado para los ciudadanos mientras que los esclavos no
tenían ni un momento de descanso, y
aunque los griegos lo solían dedicar más al cultivo del pensamiento por
lo que con desplazarse a la plaza del pueblo –el ágora- les bastaba y serán los
romanos, a los que se les atribuye un sentido más práctico y empírico, los que
inventaron el ocio convirtiéndolo en el sello distintivo de sus ciudadanos,
especialmente de sus patricios que amaban y cultivaban el tiempo libre
practicando actividades placenteras –la música y el teatro pero también los
banquetes, los bailes, los baños, juegos atléticos etc- para lo que construyeron ciudades de veraneo
como Ostia o Pompeya donde construyeron unos edificios que se adaptaban a sus
placeres veraniegos. Los nuevos descubrimientos arqueológicos en Bolonia
–Tarifa- han puesto a la luz un suburbio de lujo dedicado a los placeres de los
visitantes. Las nuevas termas más refinadas y exquisitas que
las que disfrutaban los ciudadanos de la ciudad, localizadas en el interior del
recinto.
Desmadre que la
cristiandad medieval prohibió como el más grave de los pecados, la búsqueda del
placer. Me dirán que cruzadas y sobre todo peregrinaciones podrían considerarse
como propias del veraneo al suponer un
desplazamiento. Pero, aunque viajero, el peregrino no busca su solaz en la
tierra sino en el cielo por lo que el camino santo es una ruta de exculpación
de pecados y por ello de dolor y sufrimiento. Quizás cumplido el camino y
alcanzado el perdón divino, podría considerarse como un placer espiritual pero
muy alejado de los objetivos de un viaje de verano. Las cruzadas y otras
guerras aunque se preparan en primavera para atacar en verano e implica un
desplazamiento del habitual, y aunque algunos caballeros se sientan colmados y
realizados en la lucha, sería más acorde considerarlo como función o trabajo y no como ocupación en tiempo libre.
Las élites
renacentistas retomarán el gusto de sus antepasados por ocupar los días más
largos del año con actividades placenteras, eso sí, con la exquisitez que su
riqueza y su petulancia les permitía. Buscarán los más hermosos lugares de la
campiña y de las sierras próximas donde la pureza del aire y la belleza de la
naturaleza fueran el escenario adecuado para construir villas de verano donde
dedicarse a las actividades propias de una plutocracia que se apropió de la
estética como signo elitista de clase. Los monarcas absolutistas del XVII e incluso los ilustrados del siglo XVIII
llevarán esto a su paroxismo, construyendo palacios de verano y albergando las
más deslumbrantes y costosas actividades de recreo, desde la caza, los bailes
de salón hasta las fiestas más suntuosas y extravagantes. Mientras, los jóvenes de noble cuna viajaban por Europa
como una etapa iniciática para alcanzar la nobleza de sus títulos,
impregnándose de la cultura y alternando con las familias más ilustres. Y,
aunque en la época contemporánea la burguesía racional e industriosa sustituyó
en la élite a las otras clases sociales, no se sustrajo de hacer del veraneo un
hábito social de clase. El mar se puso
de moda -parece el rey inglés Jorge III
en 1816 el que inauguró esta
costumbre del baño en el mar- adornado de virtudes terapéuticas y como espacio
idóneo para deportes de vela y otros
juegos atléticos ya que la ociosidad no se acordaba con el esfuerzo y el mérito
individual que eran virtudes de esta clase. En España y sobre todo desde que
Alfonso XIII en 1913 convirtiera el palacio de La Magdalena de Santander
en su residencia veraniega, el destino exclusivista por excelencia serán las
playas del norte. Allí el aire más fresco y sus cielos frecuentemente nublados
permitirían a las damas cuidar la blancura de su cutis y lucir con menos
sudores sus elegantes ropas llegadas directamente de París, paseando por los
elegantes paseos del Sardinero o La
Concha en San Sebastián. Bien es verdad, que a lo largo del
año comenzaron a surgir otras formas turísticas, como las estaciones de esquí o
los balnearios pero no rivalizaron con el verano para ocupar el tiempo libre
del año. Y que las clases populares de ciudades cercanas al mar, como sucedía
en España en Barcelona, Valencia, Málaga etc, se acercaban el domingo a la playa
en tren o tranvías a merendar y bañarse a la orilla del mar.
Pero no será hasta la recuperación moral y económica que
supuso la II Guerra
Mundial, que las clases asalariadas pasaran a ser veraneantes. Un mes de
vacaciones pagadas y el complemento de la paga extraordinaria, permitirán el
fenómeno del turismo de masas y el “sol y playa” como destino preferente. El
sur mediterráneo en Europa y España,
especialmente, se convirtieron en las zonas de veraneo, ya que parecían ofrecer las condiciones
ideales para cubrir la demanda de este fenómeno. Así el veraneo se convirtió en
algo más que un hábito social, en toda una industria nacional y, en el caso
español, en la principal fuente de divisas. Cubrir la demanda de alojamiento y
los servicios básicos complementarios fueron los retos para las autoridades y los sectores
empresariales que lideraban e impulsaban esta actividad que se presentía como
la gallina de los huevos de oro. Es indudable que la fórmula ha sido un éxito.
Los trabajadores veraneantes se han contado por millones y se han ido
incrementado año tras año, salvedad hecha de fluctuaciones que no han empañado
el éxito de esta fórmula de veraneo para nuestras clases trabajadoras, sol y
playa. Aderezado en España con alojamientos y restauración asequibles a unos
presupuestos que parecían estirarse dado el nivel de vida más elevado que
habían alcanzado los europeos. El
veraneante extranjero descubría además
que la siesta era el complemento ideal a noches largas de fiesta.
Hoy, ¿Algo más que sol, playa y
levante?
El veraneo es, pues, contemporáneo como fenómeno de
masas y, como industria, debe y se va
adaptando a la demanda. El mayor nivel de vida y con ello de cultura, los
cambios de hábitos y valores de las nuevas generaciones, han ido cambiando
y aumentando las exigencias del turista
al que se han ido incorporando los nacionales tras el milagro económico
español. También el tiempo libre se ha extendido a lo largo del año y surgen
ofertas para cubrir el ocio de fines de semana, festivos más o menos
prolongados –puentes, Navidades, etc- o reparto vacacional a lo largo del año.
Como respuesta, se habla de la necesidad de “excelencia”
como objetivo irrenunciable de la oferta para que el sector español pueda
seguir siendo uno de los líderes mundiales en esta industria del ocio. Las zonas turísticas diversifican la oferta
con actividades -culturales, medioambientales, deportivas, gastronómicas, etc.-
que se han convertido en el reclamo esencial. El turismo rural, el turismo
patrimonial, el turismo ecológico, el de congresos, el de invierno etc. nuevas
fórmulas que suponen una fuerte competencia para el veraneo de sol y playa, ya, para muchos, obsoleto. Potenciar las cualidades
paisajísticas, históricas, culturales, arqueológicas, antropológicas etc. parecen
ser hoy los retos de los emprendedores y de las administraciones, siguiendo el objetivo global
de sostenibilidad en el espacio y en la temporalidad. Exigencias a las que
también se trata de dar respuesta, con
el rechazo de los espacios caóticos, desordenados, improvisados, que han
ocasionado la acumulación de errores y de caos en nuestras costas. Y, sobre
todo, transformando y dotando de calidad a los
establecimientos turísticos
residenciales y de restauración. Respuesta que, por su exigencia, necesita
del empeño colectivo de todo el territorio dónde la actividad pretenda
permanecer o desarrollarse.
Lo nuestro
Así es en la comarca de La Janda, que no se incorporó al
primer modelo menos exigente en calidad, quizás los vientos no soplaron a favor. Hoy atrae a inversores y emprendedores con toda la
complicidad de nuestras autoridades locales. La mentalidad ecológica y los
hábitos de vida sana y deportiva, valoran las espléndidas y vírgenes playas y
potencian precisamente el viento como uno de sus atractivos para los nuevos
deportes de vela.
Se han consolidado e impulsado nuestros productos de calidad
tanto los paisajes naturales – reservas y parques naturales marítimos y
terrestres- como el patrimonio urbano-histórico de Vejer, Medina, Conil, Benalup
etc. Incluso se han revalorizado las técnicas de pesca –la almadraba y la
industria conservera especialmente-, las tradiciones artesanales y culinarias
de las que nos dan una excelente muestra algunos de nuestros más afamados
cocineros y pasteleros. Han surgido rutas turístico-históricas, naturalistas, marítimas
etc. Y todo ello ha puesto en valor la calidad de esta zona para la actividad
que nos ocupa, cubrir el tiempo de ocio. Nos vamos convirtiendo en una de las
zonas turísticas en alza o emergentes, como denominan ahora.
Comprobamos que potenciar “lo nuestro” es esencial para ofrecer una imagen de comarca
atractiva. El mantener o prolongar la apertura de los establecimientos a lo
largo del año, limitando su temporalidad es, también, uno de los principales objetivos que le van
asociados para hacer sostenible la actividad.
Nuevas iniciativas van en ese camino, como la búsqueda de denominación
de origen para los productos derivados del atún –potenciando al mismo tiempo la
industria conservera- o La semana gastronómica
del atún que celebramos durante este mes en las distintas localidades
almadraberas. Ya, todo un referente del
mes de mayo.
El trabajo, la creatividad y los esfuerzos de muchos se están poniendo para dotar de excelencia
los establecimientos y conseguir que se adecuen a las exigencias del nuevo
visitante. Pero, ya lo hemos dicho, esto no puede subsistir sin el empeño de
todos. Es la identidad de una comarca la que se ofrece a los nuevos clientes,
no es sólo un trabajo de emprendedores.
El envoltorio
Muchos abogamos porque esa identidad que anhelamos en
nuestra oferta se acompañe de un envoltorio –espacio urbano- acorde con los
otros atractivos paisajísticos, culturales etc. que se ofrecen.
Comenzando por servicios básicos de calidad, imprescindibles
para esa excelencia. Hablamos de las
aguas residuales. ¿No se podría
solucionar con técnicas ecológicas contrastadas?, sería un aliciente y reclamo
sin lugar a dudas. O una recogida de
residuos sólidos realmente eficaz en cantidad, frecuencia y calidad
–reciclaje-, así como adaptada a los
cambios en la densidad poblacional que ocasiona, precisamente, el veraneo. O el buen estado de las infraestructuras
viarias. No sólo las aceras y calzadas sino también, la ambientación lumínica.
Y todo ello, con exigencias estéticas y ecológicas.
Exigencias
extensibles a la hora de abrir un negocio turístico, construir inmuebles o un simple comercio. Hay iniciativas
individuales que apreciamos cada año cuando comienza la nueva temporada, pero
son aisladas y no representa una voluntad común de crear un espacio
arquitectónico con personalidad y que pueda ir convirtiéndose en el envoltorio
adecuado a “lo nuestro”. No se trata de construir, tanto como de rehabilitar lo
que tenemos pero, y eso es lo más importante, poniendo en valor nuestro
patrimonio. No es nada nuevo. Así los pueblos blancos, como Vejer de la frontera,
que ha conseguido incluirse entre los pueblos más bonitos de España. Aquí abogo
por los de costa donde tenemos tanto por
rehacer. . Imaginemos un turismo azul en el que el mar en su globalidad –no
sólo la playa- se respire, se visualice y nos envuelva. ¿Han visto las fotos
que aficionados muestran en los fueros de Barbate, Conil etc.?
Nos muestran la
belleza de lo humilde, de lo cotidiano, de lo que nos rodea: el color de las
barquitas en el embarcadero viejo, la composición de las flores en un balcón,
unas cortinas de tiras de colores a la puerta de una casa-puerta etc. El
sentido popular de la belleza crea espacios únicos y nuestros. Ese es el
camino. Hasta las barriadas consideradas más humildes pueden y deben hacerse
visibles dotándolas de personalidad y de una estética con la que se
identifiquen sus moradores y de ahí la cuiden, embellezcan y luzcan ante nuestros visitantes.
La administración local debería propiciar los encuentros y
debates de profesionales y emprendedores,
así como apoyar sus iniciativas y colaborar para que sea posible; A los
ciudadanos proponer y participar en debates sobre
iniciativas en sus barrios y aceptarlas, cuando se aprueben, como
propias. La colaboración y el trabajo de excelentes profesionales locales tanto
arquitectos, técnicos, artistas… como promotores parece esencial en este
esfuerzo. También, y mucho más sostenible, que los ciudadanos nos vayamos
identificando con nuestro entorno y lo valoremos y defendamos.
Hay camino por hacer,
lo harán no me cabe duda. Y todos nos beneficiaremos de ello. Así como estamos
orgullosos de todo lo logrado.
Aquí quedan estas reflexiones para el debate pues toda la
sociedad debemos implicarnos en ello.
miércoles, 26 de marzo de 2014
¡Lo que no haga una madre¡
He mirado el reloj a las 2’15, a las 3’37 y la última a las 7’45, que son las que el aparato de la mesilla marca ahora en grandes números rojos. No puedo dormir sin tener a mi cabecera esos dígitos luminosos. Suelo despertarme una o dos veces cada noche, no sé bien si porque me desvelo o si sólo me tranquiliza mirar el paso del tiempo en el reloj, o, quizás, es ya una obsesión lo que altera mi sueño, que no se calma hasta comprobar en la pantalla del radiodespertador que las horas discurren imperturbables. Nada de eso me causa ningún trastorno pues me levanto descansada y con la sensación de haber dormido profundamente y de un tirón. A veces, he pensado que lo soñaba. Jorge me amenazó con marcharse a otra habitación si programaba aquel amodo de huevo sideral que me compré en Colliure, cuando fuimos a visitar la tumba de Machado el verano pasado. ¡lástima¡, podía emitir varios sonidos que imitaban la naturaleza –pajaritos piando, el rugir de algún viento, y así hasta doce o trece sonidos de la madre tierra- o emitir una luz tenue con el intervalo que se deseara. Lo programé una noche con las olas del mar y Jorge lo arrancó del enchufe después de volver de mear. Dice que el ruidito del agua oprime sus esfínteres. Ahora lo ha quitado de mi vista para que no vuelva a intentarlo con otra sugerencia campestre. La alarma está programada con RNE para las 8 horas, me queda un cuarto de hora para rumiar el plan que nos hemos propuesto –Jorge y yo, mi hijo todavía no sabe nada- para “salvar” a Luis del sofá.
Desde que volvió de casa de mi hermana, el verano pasado, Luis no sale del sofá desvencijado que instaló en su cuarto. Es uno de esos futones japoneses que compró mi cuñada en uno de sus alardes unilaterales de estar a la última, y que todos probamos, cuando nos invitó a su casa para demostrarnos los beneficios de las posturas orientales. Ninguno de nosotros, me refiero a nosotros y al resto de cuñados, fue capaz de levantarse por si mismo después de dos horas tumbado en el dichoso artefacto. Como las modas son, por definición, pasajeras, lo sustituyó por otro, en este caso, noruego; no sin advertirnos que lo hacía porque los occidentales estamos ya agarrotados por generaciones y que lo pagaremos con cuantiosas facturas de fisioterapeutas que no pueden luchar contra nuestros hábitos mentales. Amen. Fue cuando Luis le pidió el futón. Y allí pasa su vida desde entonces. No asiste a sus clases ni se reúne con sus amigos. Nunca nos ha dado una explicación, ni intentado pretextar alguna dolencia, ni lo justifica con una astenia primaveral, no sólo porque estamos en pleno invierno, si no porque en el sofá lleva una actividad frenética: escribe mensajes, actualiza sus páginas webs, dibuja maquetas para discos, lee y relee pdfs, hace fotos, compone y escucha música, recibe llamadas telefónicas y visualiza sus series favoritas una y otra vez. Duerme 7 u 8 horas y se deja lavar pacientemente, quizás por no escucharme cuando le enumero las enfermedades que puede contraer con la falta de higiene. Se levanta al aseo para sus necesidades y yo vigilo sus heces por si comienza a estar estreñido, otro de los males que puede ocasionarle la falta de movimiento. Le he reforzado las verduras y los cereales integrales y no se opone a la dieta –Luis siempre ha comido de todo- aunque noto que ha metido dos o tres kilos en estos cuatro meses.
- Cariño ¿a ver si lo único que conseguimos es que salte de sofá a sofá? –le dije a Jorge mientras preparaba el café-
- No hay ninguno en esa casa. Te he dicho que es una vivienda rural que no ofrece ninguna comodidad: ni electricidad, ni gas, ni ningún artilugio a los que estamos habituados. Tendremos que sacar el agua del pozo y desplazarnos en burro para acercarnos al pueblo. Sólo una baliza que podemos activar, como en los barcos, en caso de peligro. – dijo-
Fue Jorge el que entró en su cuarto y lo despertó
- ¿A dónde? –escuché que dijo Luis escuetamente-
- Al fin del mundo. –Jorge resumió el plan en esa sentencia, mientras daba por teléfono, las ultimas instrucciones a su secretaria-
- No iré
- Tu vas por delante, cariño, los tres solos enfrentados a la naturaleza. Nos vendrá bien a todos ¿no te parece?- dije interrumpiéndolos y pasando a guardar sus cosas en la mochila-
- ¿Desde cuándo os interesa la naturaleza?
- Tampoco habrá mucha.
No opuso resistencia. Tres horas de autovía y casi una hora de pista rural. No llueve nunca por estos lares, pero cuando lo hace arrastra y desbasta el terreno. El camino ascendía suavemente hacia un altozano donde se divisaba una vivienda. Lo que parecía a la mano, se hizo interminable. La ruta iba discurriendo por senderos de áspera belleza, por tierras sometidas a duras jornadas de soles y vientos, que las han ido raspando hasta destaparles sus colores minerales ocres, malvas, grises y rojizos, y han esculpido sabinas y enebros componiendo un universo de volúmenes, vacíos y líneas retorcidas. Caracoleamos duros barrancos lagarteando las rocas, que apenas dejaban espacio entre la ladera y el precipicio, y atravesamos los cauces casi secos de arroyos imposibles, que siembran de piedras y obstáculos el camino que teníamos que adivinar o reconstruir. Ninguno de los tres habló durante el trayecto.
- ¿Qué has metido en esta caja? –se quejó Jorge-
- Libros, libros para los tres.
- Voy a sacar agua del pozo. Yo hago hoy la comida.-dijo Luis, como si nos tuviera habituados a su voz y a compartir los quehaceres culinarios-
- No gastes las verduras que por aquí parece difícil que encontremos otras.
- Mañana vendrá Gaspar y saldremos a cazar liebres. Comeremos lo que cacemos y recolectemos.
- Jorge tu sabes que me horrorizan las escopetas. Yo no puedo ver matar a animales. Podías haberme consultado.
- No habrá armas. Aquí se cazan con perros y hurones. Os enseñaré. De niño solía salir con él y con mi padre.
- Aquí no hemos venido a admirar tus alardes campesinos.
- Quizás nos venga bien saber quiénes somos.
Comimos unas berenjenas deliciosas con orégano y tomate. Bebimos un vino de pitarra. Luis bebió delante nuestra dos o tres vasos, como si fuera un experto. Nos sentamos envueltos en mantas en torno a la chimenea.
- ¿Serán lobos? –dije asustada por los alaridos de alguna bestia-
- Querida, esto es casi el desierto. –dijo el experto-
Luis salió fuera y comenzó a aullar. Su padre, lo imitó. Yo empezaba a creer que la terapia estaba dando resultado.
- ¿A qué hora os fuisteis? No os sentí salir.
- Querida, son las doce del mediodía. Has dormido sin despertador. Esto está dando resultados.
- ¡AJJJ, qué asco¡ ¡cómo llevas ese gato sangrando¡ No tenéis corazón, habéis matado un animalito indefenso.
- Es una liebre y le he roto el cuello con mis propias manos, como me ha dicho Gaspar, para que no sufra. Un chasquido y lista.
Me contuve. Pero empecé a saber que esto era más difícil de lo que imaginé. No pude probar ni un bocado de aquella carne que guisó Gaspar y que dejó esparcido por toda la casa, su olor dulzón a clavo –lo odiaba- y a laurel –Jorge rechazaba esa hoja que le recordaba a cualquiera de los guisos de su madre-. Nuestro hijo dio buena cuenta de lo que para él parecía un manjar.
- Mamá, nunca hacemos estas cosas en casa.
- ¿Quién se viene a ver la puesta de sol desde aquel otero? –nos propuso Luis-
- Está muy lejos, cariño, y estoy cansado de la caminata de esta mañana. ¿Lo acompañarás tu, mujer?
- Si vamos todos, me da miedo que nos perdamos, está lejos
Subimos a aquel altozano. La tarde no era muy fría pero soplaba un viento con el que también tuvimos que enfrentarnos. Me arañé las manos tratando de sujetarme a las raquíticas ramas, cuando pretendí que me sujetaran al tener que bajar una pequeña pendiente. Luis se deshilachó la sudadera escalando la última ladera. Yo llegué a la cima dando una vuelta que me hizo perderme la puesta de sol que esperábamos. No hablamos en todo el trayecto. Los tres sentados con las rodillas agarradas, mirando un cielo alumbrado de lilas y humedecido de nubes encarnadas. Jorge nos abrazó a los dos. El silencio embelleció el momento.
- No me pasará nada, está Gaspar.
- Yo ya he tenido bastante campo, quédate con tu hijo, si quieres.
- No puedo, lo sabes.
- Te dejo el móvil, aquí hay cobertura.
- No podré cargarlo. Gaspar os dará mis noticias.
- Hijo, no puedo estar sin ti.
- Yo también os quiero.
Descendimos buscando, cada uno, red en nuestros IPad.
martes, 28 de enero de 2014
Escenarios traumáticos
Sí, esa foto no dejaba lugar a especulaciones. La había tomado mi padre en aquella barca del Retiro. Mi hermano mayor, Claudio, remaba sustituyendo a mi padre mientras hacía la foto. Mi madre me tenía entre sus piernas y me abrazaba para evitar que, con mis juegos, pusiera en peligro la estabilidad de la barca. Todos sonreíamos, era la imagen de una familia “normalmente” feliz. Una hora más tarde, mi madre nos abandonaba. ¿Por qué, entonces, la había conservado tanto tiempo?, ¿por qué era ésta la imagen elegida? En casa no había ninguna de ella. Mi padre las había hecho desaparecer. Sólo algunas, recortadas para suprimir su imagen, podían intuir su presencia junto a nosotros.
Sentí un vértigo, quizás era ese olor a sándalo, a vainilla, ese aroma ácido, el dulzor y la frescura del azahar. Era el olor de mi madre, el olor inconfundible de su perfume. El olor con el que me abrazaba. ¿Cómo podía recordarlo con tanta intensidad?, ¿cómo aún me evocaba la misma emoción de tibieza y dulzura? Lloraba. Me mareaba, volví a sentir que las piernas no me sostenían.
¿Qué te pasa, no estás bien? Oía, muy a lo lejos, las voces de mis compañeros que, seguramente, comenzaban a asustarse de mi comportamiento nada habitual. Yo era un experto y ellos, los nuevos, que aún pasaban su periodo de prácticas en un oficio oscuro, que no se aprende en una maestría profesional y, del que, sin embargo, se requieren conocimientos sofisticados y del que se exige una eficacia de excelencia. Parecía un servicio rutinario. Por eso el jefe me los había encomendado. Una mujer se había cortado las venas en la bañera.
Ya habíamos hecho otros servicios como ése. Era de los más limpios. Aunque dependía de la eficacia de la víctima o, quizás, de lo que lo hubiera premeditado. Si lo hacía en una bañera con agua caliente, si cortaba las venas a lo largo de su brazo; entonces el suicida apenas dejaba rastro. Lo que no parecía el caso. Nos habían avisado desde la pensión y eso presagiaba que la mujer podía haber hecho una carnicería al tener que realizar numerosos intentos hasta conseguir desangrarse. Aún así, el trabajo era rutinario, clasificado de rutina 3.3. Sólo había que seguir el protocolo.
Cuando llegamos, la sangre mezclada con el agua había sido ya evacuada de la bañera por la policía, cuando retiraron el cadáver por orden del juez. Nos enfundamos los monos blancos, guantes desechables y tapamos nuestras bocas con mascarillas para evitar tanto los malos olores como sobre todo para protegernos de posibles contagios. En estos casos el VIH era el más pausible, son los drogadictos los que más suicidios protagonizan. El olor dulzón de la sangre continuaba en el cuarto de baño, también algunos regueros de un rojo negruzco caían como lágrimas del borde de la bañera. Seguramente, la suicida, mi madre, habría apoyado sus manos sangrantes y contemplado cómo se le iba la vida. Parecía una muerte plácida, deseada, hermosa. Las salpicaduras -huellas de sus intentos ineficaces- manchaban la blancura mate de los azulejos, esparcidas como pigmentos espontáneos, impulsivos, en un lienzo expresionista; no mermaban la belleza de la posible escena del crimen. Raspamos, limpiamos con lejía diluida en agua en una proporción de 1:10 mezclada con una solución de glutaraldehido y desinfectamos con agua oxigenada rebajada con un preparado de hojas aromáticas. Éramos una empresa reconocida y eficiente. El cuarto de baño recuperó su cotidianeidad.
La dueña de la pensión insistió en que retiráramos los efectos personales de la víctima de la habitación. Ningún familiar se había hecho cargo del cadáver. Había que recoger y guardar en cajas de cartón que, precintadas, debíamos entregar a la policía judicial. Era una habitación como tantas, sin pretensiones estéticas, sin rasgos personales del huésped. La dueña tenía prohibido que colgasen cuadros, póster o cualquier objeto que dañase la pintura d e las paredes. Un armario empotrado de hojas corredizas, una mesilla y una cama recubierta por una colcha de password como único elemento que atenuaba la sencillez de la estancia. Un amplio ventanal atiborrado de geranios y otras plantas la dotaban de cierta alegría y le conferían la impresión de espacio vivido. Allí precisamente, en el alfeizar de la ventana, estaba el portarretratos con aquella foto.
Me desmayé.
Sentí un vértigo, quizás era ese olor a sándalo, a vainilla, ese aroma ácido, el dulzor y la frescura del azahar. Era el olor de mi madre, el olor inconfundible de su perfume. El olor con el que me abrazaba. ¿Cómo podía recordarlo con tanta intensidad?, ¿cómo aún me evocaba la misma emoción de tibieza y dulzura? Lloraba. Me mareaba, volví a sentir que las piernas no me sostenían.
¿Qué te pasa, no estás bien? Oía, muy a lo lejos, las voces de mis compañeros que, seguramente, comenzaban a asustarse de mi comportamiento nada habitual. Yo era un experto y ellos, los nuevos, que aún pasaban su periodo de prácticas en un oficio oscuro, que no se aprende en una maestría profesional y, del que, sin embargo, se requieren conocimientos sofisticados y del que se exige una eficacia de excelencia. Parecía un servicio rutinario. Por eso el jefe me los había encomendado. Una mujer se había cortado las venas en la bañera.
Ya habíamos hecho otros servicios como ése. Era de los más limpios. Aunque dependía de la eficacia de la víctima o, quizás, de lo que lo hubiera premeditado. Si lo hacía en una bañera con agua caliente, si cortaba las venas a lo largo de su brazo; entonces el suicida apenas dejaba rastro. Lo que no parecía el caso. Nos habían avisado desde la pensión y eso presagiaba que la mujer podía haber hecho una carnicería al tener que realizar numerosos intentos hasta conseguir desangrarse. Aún así, el trabajo era rutinario, clasificado de rutina 3.3. Sólo había que seguir el protocolo.
Cuando llegamos, la sangre mezclada con el agua había sido ya evacuada de la bañera por la policía, cuando retiraron el cadáver por orden del juez. Nos enfundamos los monos blancos, guantes desechables y tapamos nuestras bocas con mascarillas para evitar tanto los malos olores como sobre todo para protegernos de posibles contagios. En estos casos el VIH era el más pausible, son los drogadictos los que más suicidios protagonizan. El olor dulzón de la sangre continuaba en el cuarto de baño, también algunos regueros de un rojo negruzco caían como lágrimas del borde de la bañera. Seguramente, la suicida, mi madre, habría apoyado sus manos sangrantes y contemplado cómo se le iba la vida. Parecía una muerte plácida, deseada, hermosa. Las salpicaduras -huellas de sus intentos ineficaces- manchaban la blancura mate de los azulejos, esparcidas como pigmentos espontáneos, impulsivos, en un lienzo expresionista; no mermaban la belleza de la posible escena del crimen. Raspamos, limpiamos con lejía diluida en agua en una proporción de 1:10 mezclada con una solución de glutaraldehido y desinfectamos con agua oxigenada rebajada con un preparado de hojas aromáticas. Éramos una empresa reconocida y eficiente. El cuarto de baño recuperó su cotidianeidad.
La dueña de la pensión insistió en que retiráramos los efectos personales de la víctima de la habitación. Ningún familiar se había hecho cargo del cadáver. Había que recoger y guardar en cajas de cartón que, precintadas, debíamos entregar a la policía judicial. Era una habitación como tantas, sin pretensiones estéticas, sin rasgos personales del huésped. La dueña tenía prohibido que colgasen cuadros, póster o cualquier objeto que dañase la pintura d e las paredes. Un armario empotrado de hojas corredizas, una mesilla y una cama recubierta por una colcha de password como único elemento que atenuaba la sencillez de la estancia. Un amplio ventanal atiborrado de geranios y otras plantas la dotaban de cierta alegría y le conferían la impresión de espacio vivido. Allí precisamente, en el alfeizar de la ventana, estaba el portarretratos con aquella foto.
Me desmayé.
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