viernes, 27 de diciembre de 2013

Andrea, Andreita

Han tocado agonía y he venido corriendo asustada por sí era la niña, como ayer estuvo que se nos iba, vengo sin respiración, se ha calmado? Cesó en ese llanto que parecía un desacuerdo con el vivir?

Y sonríe desde que al izarla su padre la llamó Andrea, como si lo que necesitara para venir al mundo fuera escuchar ese nombre.

!qué ocurrencia!, no le habían puesto Isabel?
Así la nombró D. Paulino al ir a bautizarla y así fue como comenzaron los llantos que nos ahogaban a todos en su pena. Toda la familia descompuesta, entrando y saliendo amas, médicos, comadronas, que la cogían, la elevaban, la mimaban y cada vez que la nombraban Isabel, enrojecía, apretaba manitas y ojos como soltando la ira que la comía y soltaba el llanto como arrojándose por él, como queriendo que se la llevara.
Y así toda la noche hasta que D. Andrés decidió terminar con esa angustia, llamó al cura y comenzaron los responsos. Ya tocaban agonía, como oíste, cuando la levantó y dijo besándole la carita

Viniste al mundo para celebrar mi santo, no te vayas Andrea, mi Andreita

Y cesó el espanto, abrió sus ojitos, recobró la color y  calló.

Así me han criado acunándome con esta nana que para unos es una bendición y para otros es la maldición de esta estirpe de Andreas que es la mía y que, según mi genética, heredé y estoy a punto de trasmitir. Desde qué empezaron las contracciones y siguiendo su ritmo cíclico y espasmódico, se me van desgarrando una a una las Andreas que me precedieron. Todas a una empujamos, respiramos, empujamos, respiramos. Todas a una, desde la primera Andrea, la bisabuela, hasta esta niña que golpea mi vientre como esperando un grito estértoreo como el de mi abuelo para salir

Andrea, Andreita!!!

Mientras mi abuela Andrea paría a mi madre aquel día de San Andrés de 1920 en un barco que las llevaba a ella y a su prole a aquella isla lejana que había soñado como el Paraíso. Mi abuelo Rafael se colgaba del puente de La Alameda.

 Llevaban un mes en el puerto arreglando los papeles y despidiéndose de aquella miseria que los empujaba tan lejos. El abuelo no dejaba su cantinela, resistiéndose a embarcar, agarrándose a sus raíces

Andrea, esto pasará, ya verás, recuperaremos la tierra, sembraremos chícharos, cacahuetes, cebada, y en el verano te recogeré patatas de las rojas, como a tí te gustan, en septiembre volverán los almendros a darnos una hermosa cosecha y tus hijos partirán las almendras en el patio mientras la abuela masculla sus letanías para que a tí no te salga ninguna amarga. Y, aunque te quejas del frío que pasamos vareando los olivos, volverás a reír viendo a tus hijos cómo se comen el hoyo que preparas con la primera prensada de las aceitunas. Ten paciencia, mujer, trabajaré para D. Abelardo y poquito a poco...quizás cuándo vea que trabajo duro, nos baje los intereses y entonces podremos...ya verás mujer. Yo no estoy hecho pa calores húmedos, ya me conoces, lo mío es el secano. A tu hermano le va bien allí en Cuba, pero yo no se sí ... Yo sé desterrar la tierra, y arañarla y caldearla cuando la noche se hace escarcha para que no hiele la flor del almendro, tan temprana y sé...pero tú, Andrea, tu me quieres por eso, por saber presentir lo que quiere nuestra tierra. Qué se yo de otras tan lejanas...Andrea, ten paciencia, se nos ha muerto el hijo varón que tanto deseábamos, no le culpes al hambre de tus pechos secos. Tu eres fuerte, Andrea, siempre lo has sido. Más que yo. Todo se arreglará. Has vuelto a quedarte preñada. Esta hija que esperas será nuestra suerte, ya verás, lo presiento...si tuvieras paciencia...
Los vió embarcar uno a uno a sus ochos hijos, los acomodó como pudo en aquel camarote donde apenas cabían tres. Su suegro le dió los últimos billetes para que llamara a una comadrona que la asistiera en el parto. Y después de entregarle a la mujer lo acordado, le indicó que se adelantara para el barco que el tenía que terminar unas diligencias. Se colgó del puente mientras su grito fue el sortilegio que permitió el alumbramiento de mi madre, Andrea.



Y aquí estoy hoy yo, en este hospital desde la madrugada que rompí aguas. Manuel trata de comportarse con calma y apretando mi mano, repite la cadencia de las contracciones que hemos aprendido en las clases de preparación al parto. Esta niña se llamará Maria. No hay cuestión que discutir. Estoy en un hospital, me sacaran a la niña si no yo no lo consigo. El médico es compañero de Manuel y nos ha dicho que todo viene bien, que las primerizas no empujamos con ganas pero que no nos preocupemos que todo va bien. No quiero que otra Andrea repita la suerte de las mujeres de mi estirpe que agotaron sus vidas sacando adelante a su familia. Como mi abuela que sacó ella sola adelante a sus nueve hijos en aquella isla que terminó siendo para ellos un Paraíso. Mujeres fuertes, valerosas, dispuestas, emprendedoras, pero solas. Como lo estuvo mi madre desde que yo nací, al grito de mi padre

Andrea, Andreita¡


Y saltando por la ventana se largó. Nunca se había adaptado a este país a pesar que la holgada herencia que había recibido mi madre le había permitido tener su propio negocio. No se adaptaba al modo de vida americano: no jugaba al rugby ni nunca supo como encender la barbacoa, detestaba las hamburguesas y la misa del domingo que no eran para el nada más que exhibicionismos de una clase media consumista y decadente.
 Había militado en la isla con los guerrilleros de Sierra Maestra pero mi madre le prohibía hablar de eso delante de nosotras y sólo algunas frases -todos hambrientos, esa es la libertad que tu buscabas?- nos dejaban entrever ese pasado militante de mi progenitor.

Había vuelto de Dallas donde había estado para contactar con un cliente que, según él, era vital para su negocio de armas que iba en picado seguramente por el escaso interés que mi padre ponía en los negocios fueran de lo que fueran. El sueño americano se alejaba de nosotros y mi padre acumulaba fracaso tras fracaso en todos sus empeños empresariales. Confiaba que su experiencia en las armas le valiera para sacar esta vez si, este negocio adelante. Había rechazado a algunos clientes porque desconfiaba del uso que hicieran con las armas que querían comprarle. Ni chicanos, ni cubanos, ni drogo dependientes, ni pandilleros...sospechaba de casi todos y todavía no había conseguido vender ninguna cuando nos habló de un chico que había vivido en Rusia y que militaba en grupos de izquierda. Se entendieron y voló a Dallas para vender su primera escopeta.
Volvió rápido porque mi madre le apremió con el parto y ya estaban en ello cuando entre las primeras contracciones escucharon aquella noticia que convulsionó al mundo, el atentado a JFK. Fue cuando mi padre gritó y ese sortilegio permitió mi nacimiento que ya se retardaba.

Andrea, Andreita¡



No puedo pensar que todo se repita, que no podré alumbrar a mi hija más que al albur de un nombre pronunciado como un sortilegio por un padre que nos abandonará. No, no puedo creer en esas cosas. Soy una mujer culta, preparada, con una mente científica, trabajo en el mejor equipo científico que hubiera podido imaginar. Estoy en NY, en el mejor hospital del mundo atendida en este parto por el mejor obstreta posible que está a punto de llegar a atenderme. Manuel para tranquilizarme ha ido a recogerlo a una de las Torres gemelas donde esta recibiendo un premio. No tardarán son sólo dos calles y me quedo al cuidado de una magnífica matrona con mucha experiencia. No parece que el parto sea inminente, la niña no está haciendo nada por salir.
Suena el teléfono, oigo
Andrea, Andreita!


Mi hija desgarró mi vientre y se hizo pasó a la vida, todo era oscuridad y polvo.